Día 28, viernes.
Por fin, después
de mucho esperar y de tantos y tantos preparativos, llega el último fin de
semana de junio, ese que tenemos marcado en rojo en el calendario, en el que
vamos a reunirnos en Linares, antiguos compañeros del Seminario, algunos de los
cuales hace casi 50 años que no nos vemos.
Programa de mano del fin de semana |
Primero vamos llegando los que estamos más cerca y poco a poco los que han hecho bastantes kilómetros para llegar hasta aquí: Poveda desde Cádiz, Del Amo desde Granada, Serafín desde San Sebastián de los Reyes y Celso y esposa desde Ávila.
Entre saludos,
recuerdos, anécdotas y el reparto de alojamientos para cada uno, va llegando la
hora de la cena, que hacemos en el patio de una de las casas rurales dentro de
un ambiente muy agradable y con una temperatura extraordinaria. No faltan las
canciones a los postres y algunos chupitos que nos animan a estar más alegres
aún.
Los más prudentes se van pronto a la cama “que mañana es un día duro”, pero otros salimos a las afueras del pueblo, por la carretera de Escurial, donde Adolfo nos da una lección magistral sobre las constelaciones de principios del verano. Allí nos presentó a la Osa Mayor, a Arturo, al Dragón, a Casiopea, etc. etc. Todo un descubrimiento.
Y de vuelta al
pueblo, al encontrarnos con una cafetería abierta (ya de madrugada) todavía hubo tiempo de tomar una copa y hasta una partidita de mus.
Día 29, sábado.
El día amanece
totalmente despejado y con un sol radiante, va a hacer calor. Mientras nos
preparamos y desayunamos siguen apareciendo caras nuevas: Bueno e Isabel,
Calama y Ceci, que vienen desde más cerca, pero Peña y María lo hacen desde Pamplona, José Manuel y Marina
desde Barcelona y Bermejo desde Valencia.
Sin demora comenzamos a caminar en dirección al Cervero. El camino es suave al principio y se avanza bien con el frescor de la mañana y la sombra de los robles y castaños. Solo se vuelve un poco más inclinado en unos repechos antes de llegar a la Honfría, las piernas empiezan a protestar, y algunos empiezan a hacer “la goma”.
Sin demora comenzamos a caminar en dirección al Cervero. El camino es suave al principio y se avanza bien con el frescor de la mañana y la sombra de los robles y castaños. Solo se vuelve un poco más inclinado en unos repechos antes de llegar a la Honfría, las piernas empiezan a protestar, y algunos empiezan a hacer “la goma”.
En la Honfría hacemos el primer reagrupamiento. Unas fotos del grupo, un trago de agua y pronto retomamos la marcha, que nos queda un buen trecho y va calentando cada vez más. Pero, como dice la canción “caminante se hace camino al andar” y no tardamos en llegar a la plataforma desde donde vemos el Cervero ya muy cerquita, solo nos queda el último esfuerzo.
En la cumbre del Cervero nos juntamos todos, hasta quienes han subido en coche. Merece la pena. Hemos vuelto a uno de los lugares emblemáticos de nuestro paso por Linares. Ese pico que, como vigía permanente, nos ha estado observando en todas las marchas que hemos hecho en estos cuatro últimos meses. Hacemos fotos sin parar como queriendo llevarnos para casa un trozo de este lugar, sus vistas, su brisita que alivia el calor. Juanjo hace una loa (o así) de este lugar que es muy aplaudida por todos.
Y como no solo corazón tiene el hombre, como todos sabemos también hay un estómago que de vez en cuando llama la atención, y ya hacía rato que llevaba diciendo “eh, que estoy aquí”, bajamos hacia la plataforma donde preparamos las mesas y nos disponemos a acallar a ese que requiere nuestra atención. Hornazos, empanadas, tortillas, jamón, chorizo, ensaladas, fruta, todo regado con buen vino y alguna cerveza, comida variada en un marco incomparable y solo molestados por unas vacas empeñadas en probar nuestras ensaladas y sandía. Bueno se encargaba de alejarlas, pero al momento ya las teníamos encima, solo se marcharon cuando se dieron cuenta de que somos unos tragones y que allí no tenían nada que rascar.
Después de la
comida llegó el momento de descanso, pero, como de costumbre, Juanjo y Adolfo
se encargaron de que allí no descansara nadie. Algunos jugamos una partidita a
los 1000 Hitos para pasar el rato y, a la vez, recordar aquellos momentos de ocio en la torreta de juegos cuando el mal tiempo nos impedía salir a los
campos a jugar al fútbol o al baloncesto, o a subir a los árboles, o a las
peñas, o a armar alguna trastada… cosas propias de la edad.
A media tarde regresamos a Linares por una pista, ahora sí, casi toda ella en sombra y además cuesta abajo, y como “para bajar ayudan todos los santos”, llegamos pronto al pueblo para descansar un rato, ducharnos y prepararnos para la cena. Siguen apareciendo caras nuevas: ahora es Pedro el que se incorpora para cenar con nosotros, y también Ignacio, alcalde de Linares, y Chelo.
En la cena, en el restaurante España, al principio estamos un poco afectados por el cansancio de todo el día, pero pronto la comida y el vino nos van poniendo a tono y van surgiendo las canciones, las bromas. Ah, por cierto, en el postre no faltaron las tres galletas para mojar en agua, “árbitro, que te han comprado por tres galletas”.
Al postre siguen
las canciones, los bailes, el romance de Sisebuto y su hija la Pepa y algunas
actuaciones más que nos han preparado las autodenominadas “Niñas de Linares”,
con sus disfraces y todo, -gran implicación de las mujeres en todos los eventos de este fin se semana-. Una velada muy agradable que nos hizo recordar
aquellos fuegos de campamento en los que cada uno hacía lo que podía, como la
canción de Lola que cantaron Mariano y Julián en Puerto de Béjar.
Día 30, domingo.
La mañana la
dedicamos a la visita al Seminario, donde nos esperaba Florindo, que nos
acompañó durante el recorrido -¿os acordáis de Florindo con su eterno mono
azul?-. Algunos ya lo habíamos visitado y ya conocíamos los cambios, pero otros
no lo habían vuelto a ver y se sorprenden de lo cambiado y deteriorado que está
todo: los campos de 5º y 4º, el de 3º y el espacio de la gruta y hoyo para la
piscina, nunca terminada -ni empezada-, y toda la zona desde Chamorri, está
ocupado por una gasolinera, una fábrica de embutidos y numerosas chalés. Los
campos de 1º, 2º y el de balonmano, que tanto trabajo nos costó hacer, donde
aparecían escorpiones bajo las piedras, todo está perdido, lleno de hierbajos y
arbustos. La “cazuela” sigue en su sitio, pero el paso de los años la ha dejado
como basurero de bidones de agua y otros desperdicios.
Ya dentro del edificio nuevas sorpresas por los cambios que se han producido. El comedor de los pequeños lo han convertido en sala de juegos, donde hay una mesa de pin pon, la capilla de los mayores ahora es gimnasio, todos los dormitorios y habitaciones están transformados en aulas, biblioteca y despachos del actual colegio de secundaria que tiene aquí su sede. Y esta parte es la que se conserva relativamente bien. El resto, y sobre todo la parte que da hacia la fachada principal, así como las torretas y la capilla de los pequeños, arriba, se encuentra en un estado de abandono total, con goteras, desconchones en las paredes, ventanas y cristales rotos... Una pena. Difícilmente puede aguantar otros 50 años más.
Uno de los momentos más emotivos es cuando llegamos al salón de actos, ya que se encuentra prácticamente como lo conocimos hace 50 años. La misma bóveda de ladrillo, el mismo suelo, las mismas butacas… que ocupamos por unos instantes mientras hicimos las fotos de rigor y Antonio (Pillín) se subió al escenario y nos recitó “La casada infiel” de Federico García Lorca.
En la fachada
principal nos hacemos unas cuantas fotos para el recuerdo y nos marchamos con
una sensación agridulce: por un lado la satisfacción de haber vuelto a nuestros
años adolescentes, pero por otro con la pena de haber visto a un enfermo en un
estado bastante grave y en una situación irreversible, casi en fase terminal.
En la comida, en el restaurante España, siguen apareciendo caras nuevas: por la mañana ya se habían incorporado Antonio Tomás y Mª Jesús, y Constante y Mónica, y ahora llegan Pedro, que viene acompañado por su esposa Araceli, Puerto, y el caso más sorprendente, Juan Manuel “Titi”, con su esposa Manoli. Este era el único que, tras buscarlo y buscarlo por todas partes, teníamos sin localizar, y el mismo día 28 por la mañana, de una manera totalmente sorprendente, rocambolesca y casual, en la cola de un banco coinciden del Amo (que hace 40 años que está fuera de Salamanca) y él, se ponen a hablar y se reconocen como seminaristas de Linares. Increíble. Pero esta historia merece ser contada por Adolfo más detalladamente, junto con otras muchas que le han ido surgiendo en su larga y obsesiva búsqueda de los 63 del año 63.
Tras la comida, que terminamos con la canción del pupurri, llega el momento de las despedidas y el deseo de volver a vernos en Salamanca en octubre.
Nos marchamos
con la sensación de haber disfrutado de unos días inolvidables.
Severiano Pérez García.
Puedes ver algunas fotos de estos días en FOTOS DE HOY.
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Severiano Pérez García.
Puedes ver algunas fotos de estos días en FOTOS DE HOY.
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