En memoria de Fabi
(Fabián Hoyos Guinaldo)
JOSÉ LUIS PUERTO
Hay una fotografía, tomada
en los inicios otoñales del curso académico 1963-64, en la escalinata del
Seminario Menor de Linares de Riofrío, en la que, en la hilera inicial, abajo,
a la derecha, hay dos muchachos albercanos que inician sus estudios de
bachillerato, están uno al lado del otro: uno es Fabi (Fabián Hoyos Guinaldo),
el otro soy yo.
Bien mirado, esa
fotografía es un resumen o compendio del mundo. Allí, en ciernes, está toda la
diversidad de la vida humana. Si pudiéramos hurgar y conocer las derivas
vitales de cada uno de los muchachos (y de los adultos) fotografiados, nos
daríamos enseguida cuenta de que ese grupo humano alberga y sintetiza la
esencia del existir.
Esos dos muchachos
albercanos –ahora escribimos en memoria de uno de ellos: Fabián Hoyos Guinaldo–
tuvieron no pocas vinculaciones en la niñez y en la adolescencia. Después
vivirían en un cierto desencuentro, o en un cierto alejamiento (siempre dentro
de un implícito afecto mutuo que, como una brasa, seguía ahí encendido; y sé,
estoy seguro, que esa brasa la mantuvimos siempre encendida los dos). Porque
–como dijera el apreciado filólogo Manuel Alvar– la vida nos zarandea y
acabamos siempre lejos de lo que amamos.
Pero esos dos muchachos
fueron monaguillos en su pueblo y compartieron no pocas experiencias juntos. De
hecho, en el cursillo de ingreso, en el verano de 1963, en los fuegos de
campamento, los curas les gastaban una broma a ambos muchachos amigos, a través
de una copla: “La torre de La Alberca / no la puedo olvidar, / porque en ella
fumaban / José Luis y Fabián.” José Luis y Fabián, que nunca habían fumado
(quien esto escribe jamás lo ha hecho), ante aquella broma, se enfadaban. Y
todo quedaba ahí.
Juntos –porque la
necesidad familiar obligaba– trabajamos, en el verano de 5º de bachillerato, en
el asfaltado de la carretera de La Alberca a Mogarraz, en una extenuante
jornada diaria de diez horas, en la que, a los adolescentes, se nos pagaba a cinco pesetas la hora y a los hombres a diez.
Otra de las experiencias
era la de los baños veraniegos, tras salir del rosario los domingos por la
tarde, en el charco de la Arroluevo, cercano al caserío de La Alberca. Y mil andanzas
más que aún guardamos en esa memoria cordial, en la que siempre queremos tener
a Fabi, pese a tantos desencuentros posteriores.
Ahora –en la tan cercana
fecha del 29 de diciembre del recién terminado 2017–, Fabián Hoyos Guinaldo,
Fabi, se nos ha ido, se ha adelantado, atravesando el umbral hacia ese
territorio del misterio a donde vamos todos. Y se ha ido unos pocos meses antes
de cumplir los 65 años. Faltará físicamente a la celebración que realizaremos
los albercanos y albercanas nacidos en el mítico 1953. Pero estará allí con
nosotros de algún modo.
Como tampoco faltará nunca
de esa fotografía, ya tan lejana, en la que, en los inicios de aquel curso de
1963-64, alguien dejó constancia visual de los inicios de la andadura vital de
unos muchachos salmantinos allí plasmados.
Las brasas de la memoria
cordial seguirán siempre encendidas.
Rafael
Poveda Díaz
Desde Cádiz, casi desde África,
cuando el 2013 declina os recuerdo con afecto y cumplo con la idea de dejar constancia escrita de algunos
recuerdos, opiniones, sensaciones y “huellas” que tenemos cada uno de nosotros
de aquellos años en los que convivimos, recién iniciada la adolescencia, según
comentamos en la comida de Linares (junio 2013)
Desde aquí felicito y agradezco
enormemente a los compañeros de la “sección salmantina” por el empeño y la
dedicación que han puesto, así como por el acierto que han tenido en la
recuperación y celebración de una parte significativa de nuestra historia
personal y colectiva (en gran medida somos fruto de la misma historia). Creo
que la edad que teníamos y el contexto de aquella España tan rural y tan, tan,
tan… de la década de los sesenta, tan diferente a la actual, convierten en más relevantes estas vivencias.
Desde hace tiempo, aunque de
forma anual e intermitente, viajo a Salamanca por Navidad por lo que he seguido
manteniendo contacto con un amplio grupo de nosotros. Para aquellos a los que
hace más de cuarenta o cuarenta y cinco años, que “no nos vemos las caras”, os
sitúo:
Mi vida laboral siempre estuvo
ligada a la enseñanza y la formación de profesores. Al acabar la licenciatura
de Historia en la universidad en el 1975 trabajé en centros educativos de Ávila
y Salamanca; En el curso 1981-1982 aterricé por concurso en la Bahía de Cádiz y
aquí continúo desde hace 32 años.
Me jubilé en 2011, al finalizar
el curso, sintiéndome afortunado porque laboralmente trabajé en lo que más me
gustaba y, utilizando una analogía muy gaditana, evité la rutina laboral con
una “bandejita de pescaito frito”, es decir, trabajé con colectivos diversos,
dentro y fuera de las aulas.
Me identifico con muchas de las
anécdotas que habéis descrito; en varias de ellas estuve presente. A bote
pronto recuerdo el impacto y, al mismo tiempo, el acojono de ver por primera
vez el mar en Aveiro. Los bancales que descubrí en la excursión a Arenas de San
Pedro. El trío que formé, maracas en mano, con Mariano Barragán y Ángel
Castilla para cantar “Guantanamera” en el salón de actos o los dúos con M.
Barragán en las misas (él los altos, yo los bajos) con A. Carabias al armonio.
Las lecturas colectivas en las clases de D. Martín (Anselmo leyendo “Robinsón
Crusoe”)...
Pero lo que yo quiero destacar
(es posible que en algunos aspectos discrepemos), son aquellos valores que
considero “mamamos” en aquellos años, a veces por convicción, otras por
ósmosis. Aunque al ser una palabra polisémica, el concepto valores está lleno de significados con frecuencia contradictorios
dependiendo de quién y en qué contexto se utilice. Me atrevo a enumerar
aquellos que, al menos a mí, me marcaron a lo largo del tiempo:
1. El esfuerzo y la constancia.
2. La disciplina y los hábitos de trabajo
(horarios, estudio, deporte, aseo...)
3. La colaboración y la solidaridad (“Amigos
Siempre”. Yo era del equipo de “Los cocodrilos”...)
4. La competitividad sana, “sin
dopaje”(olimpiadas, campeonatos, caminatas, concursos...)
5. Deporte y salud. (queda dicho)
6. Amor y contacto con y por la naturaleza. (en
mi caso se desarrolló en aquel tiempo una enorme sensibilidad por el paisaje, los colores, las formas, los
sonidos...)
7. Desarrollo de la creatividad (pintura,
escultura, pirograbado, música...).
8. Compromiso social.
Podría y podríamos enumerar otros
valores pero, en síntesis, considero que lo más valioso en nuestra formación de
aquellos años fue el pertrecharnos de un código
ético que, aunque a veces no explícito del todo, fue la base de posteriores
desarrollos.
En tantos años es cierto que hubo
claroscuros y que, afortunada y saludablemente tendemos a quedarnos con los
claros y a olvidar los oscuros. En mi caso, aguanté hasta “preu”. Por desgracia
uno de esos años fue especialmente “oscuro” porque lo pasé casi entero en el
hospital. con los ojos tapados por
desprendimiento de retina debido a un balonazo de Froilán; y otras tres
intervenciones más: “quiste congénito de mediastino”, “apendicitis” y
“sinusitis”. Por fortuna, finalmente “escampó”.
Agradecido de haber formado parte de una historia común. Un abrazo para todos y amigos
siempre.
Un abrazo y
salud para todos
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MEMORIA.
Antonio Arranz
Hola: Soy Arranz. No estoy en
vuestras listas porque no era de vuestro curso, aunque fuera tan nuevo en
Linares como vosotros el día que llegasteis a empezar primero.
He estado ayer
con Pedro Romero y me ha contado lo que habíais hecho. Incluso creo, según me ha
dicho, que algunos me recordáis. Es fantástico, que hayáis conseguido reuniros
después de tantos años, y que algunos aún se acuerden de
aquello:"cuando arran se queda sin pan..."
No sé si conocéis la historia, o
si alguna vez la habéis conocido. Yo llegué a Linares a tercero,
procedente del gulag del seminario de Ciudad Rodrigo. No sé cómo o quién
me dirigió hacia allí, pero después de haber vivido "en el frío"
durante dos años, la acogida de Linares me pareció la gloria, aquella gloria
que antiguamente se construía en las casas para calentarlas en invierno
aprovechando los despojos que la vida diaria producía: paja de las cuadras,
restos de maderas, sarmientos de la poda..., ya sabéis, rudimentos de
calefacción que conseguían una confortable zona protegida de puertas adentro.
A Pedro lo encontré, después de
no haberlo visto en mucho tiempo, hace más de treinta y cinco años en el pueblo
de mi mujer, donde él llegó a ocupar una plaza de médico rural y donde se hizo
muy amigo de uno de mis cuñados. Fue una alegría encontrar a un antiguo
compañero, aunque a decir verdad, durante mi único año en Linares no habíamos
tenido una gran relación con él. A fin de cuentas yo era dos cursos más
viejo y estaba muy ocupado haciéndome sitio entre mis nuevos colegas. Tampoco
hubo lugar suficiente para esto porque a mitad de curso, D. Jero me habló del
Maestro Ávila, y curiosamente dos vecinos del lugar de residencia de mi familia
entonces, Plasencia, eran alumnos de allí. Así que al curso siguiente me fui a
la calle Fonseca. Durante varios años Pedro y yo nos vimos de vez en
cuando y en el año 90, creo, coincidimos en el mismo lugar de trabajo, un
centro de salud de Cáceres, (yo soy enfermero), en el cual hemos
trabajado hasta mi jubilación hace tres años.
Vosotros habéis estado
juntos los años buenos, y tenéis muchas fotos. Seguramente yo estaré en algunas
de conjunto de toda la población de aquel caserón, que entonces me pareció
espléndido y que no he vuelto a ver. Mis recuerdos de allí son entrecortados,
pero no han perdido color, aunque tienen polvo, casi seguro. Recuerdo con
absoluta nitidez la primera entrevista con D, Jerónimo en su despacho; las
clases de gimnasia de D. Marciano, con aquellos meyba que tan bien describís y
sin ropa interior, en el patio central cubierto con diez centímetros de nieve
alguna vez; aquella carrera casi loca, escaleras abajo, para llegar a las
duchas antes de que se acabara el agua caliente de los termos, y que a mí nunca
me supuso problema porque en el gulag sólo conocíamos el agua fría. No he
aprendido a ducharme con agua templada hasta después de cumplir los cincuenta.
Recuerdo con precisión a D. Juan, a quien llamaban los mayores, y nosotros por
resonancia, Platanito, por culpa del pinganillo para sordos que llevaba
saliendo de la oreja. Y a Martín Rojo, siempre "jharé, jharé" que
dicen en mi pueblo extremeño; y a Jafet, con su "la mayor" siempre
presto y sus sesiones de audición musical, y Revilla, (se llamaba Pedro?); a D.
Paco, el profe de matemáticas: fracasamos los dos, yo no aprendí matemáticas y
él no fue capaz de enseñármelas, aunque lo comprendo, él enseñaba para Chufi,
que casi nunca necesitaba estudiar. Me acuerdo de Chuané y su mantequilla; de
D. José Antonio... Me acuerdo de Tapia, de Tolín, de López, de Petisco, de
Polo, todos futbolistas del equipo del curso; y de Aguado, aunque era de
otro curso mayor, y de Osés, el atleta por excelencia. Recuerdo a Alejandro,
siempre con su navajilla tallando muñecos ,o yo qué sé, en los palos que
encontraba en el patio; a Ramón , al que una noche casi se lo comen los
chinches que habían dejado detrás de la tapia trasera del seminario los gitanos
acampados allí un par de días antes, (esa fue la versión oficial y nunca me ha
dado por pensar que pudiera haber otra); a Calvo, siempre perdido en los
cuartos de los pianos, y siempre tan despistado que no se enteraba, o nos hacía
ver eso, cuando le poníamos en la cuchara cáscaras de la comida mientras él
medía sus compases al llevarse la cuchara a la boca. Pero he perdido los
nombres y las caras de todos los demás.
Me ha dicho Pedro que aquello
está medio abandonado. Lo que son las cosas: en otro país ese sería lugar para
un centro de estudio de alto nivel, sólo por el entorno, y estaría lleno
de niños pijos.
En fin, todas las cosas tienen claroscuros
pero de ese lugar sólo recuerdo los claros. Aprendí cosas de las que me di
cuenta años después, cuando empecé a andar verdaderamente solo.
Un saludo muy cordial para todos.
Ha sido un verdadero placer ver las fotos y los escritos, y tener un motivo
para recuperar los recuerdos.
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EN BUSCA DEL SENDERO PERDIDO.
Manoli
Villanueva Lorenzo.
Erase un estupendo día de primavera cuando un
grupo de amigos, movidos por la misma ilusión deciden visitar la cueva de las
Quilamas. Inician la marcha desde Navarredonda. Antonio (Pillín) y Manoli deben
llevar sus coches acompañados de Angela y Adolfo, la finalidad es llevar todo
el avituallamiento, y a la vez esto les exime de hacer tanta marcha, pues están
un poco perniquebrados. Tienen un punto de encuentro con el resto del grupo a
mitad del camino, y al igual que en las leyendas de la zona se le aparecen la
reina Quilama y su esposo ataviados con sus atuendos de moros y acompañados de
una música que invita a bailar en pleno campo, incluso hasta la danza del
vientre. Esta sorpresa junto con alguna vianda les motivan para seguir su
camino. Adolfo y Seve dirigen la marcha.
Una vez en la cima contemplan un paisaje indescriptible visto desde cualquiera de los cuatro puntos
cardinales. La mayoría deciden bajar a
la cueva, pero alguno por miedo, vértigo, cansancio o incapacidad, comienzan despacio su regreso. Antonio y
Manoli deben recoger sus coches y
reencontrarse de nuevo con los demás para así disfrutar de una comida
campestre.
Matorrales, jaras, piedras, senderos… ¿cuál sería
el de regreso? Comienzan el descenso por uno de ellos con demasiada pendiente,
suben un tramo queriéndose asegurar que es el camino correcto. Manoli ve una piedra y asegura que le sirvió de
asiento en la subida a Angela y a ella. Antonio duda, Manoli se preocupa pues
su compañero de fatigas le confiesa que su sentido de la orientación es nulo.
Los dos pensaban en silencio qué sería
de ellos sin ser rescatados, y sin agua ni comida (gracias que Paz nos
había incitado a comer siete almendras). Lo
único que la naturaleza nos ofrecía era
brezo, tomillo, romero, que serviría mejor como aderezo de alguna carne y no
como primer y único plato. Pero con tanta pendiente..., como para salir corriendo
en busca de algún conejo, por ejemplo...
Y en medio de ésta incertidumbre !Milagro¡ Aparece su salvador, Adolfo, que viene de
encaminar a una parte del grupo. Ya los
tres juntos sanos y salvos regresan a
sus coches no sin alguna carcajada, y
con las repetidas disculpas del varón a
la dama por no haberla sabido reconducir por el buen camino.
Por cierto, a Antonio le llaman Pillín; Manoli aún
piensa si no pudo ser una de sus bromas
y colorín colorado, que esta
anécdota hecha cuento ha acabado.
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CHANIN
José Manuel
Agustín García
Durante
el curso de primero, algunos días a la semana, tras el primer descanso de la tarde y después de
haber recogido varias veces el balón de la “garbancera” teníamos clase de Geografía
de España con Chanín.
D.
Sebastián era el ecónomo del seminario, un cura rollizo, “bon vivant” y con
malas pulgas, catalán por más señas. Y
era el terror de todos nosotros, pipiolos acabados de llegar del pueblo
y arrancados a edad temprana de nuestras familias.
Recordaréis
que estudiábamos las comarcas y los pueblos principales de cada provincia (Burgos:
la Lora, la Bureba y la Campiña del Arlanzón). Pero lo que era imprescindible
para aprobar, era saberse los pueblos de la Costa Brava en su orden y de norte
a sur, si no los sabías, no aprobabas (Rosas, Palamós, Playa de Aro, Sant Feliu
de Guisols, Tosa de Mar y Lloret de Mar).
El
primer día del curso y a causa de que yo era siempre el primero de la lista
(Agustín) me sacó a decir la lección y, claro, no me la sabía. Fue uno de los momentos
más duros que tuve que pasar durante aquel primer año en Linares.
Creo
que a todos nos costó la adaptación. A mí sé que me costó especialmente pues nos
repartieron las camas por estricto orden de lista. Mi cama quedaba al final del
pasillo, detrás de los ya veteranos de segundo y junto al último de su lista
que era Zapatero.
A la
noche, ya con las luces apagadas, a veces lloraba. Pasaba D. Pedro, encendía un
momento la linterna y me preguntaba cómo estaba. Siempre contestaba, “todo bien”.
Ya en
segundo curso, Chanín no nos daba clase y mi cama estaba entre las de los demás
compañeros, con lo cual las cosas mejoraron para mí.
EL CINE
Una de
las cosas que mejores recuerdos me traen de aquella etapa de mi vida, (y supongo
que a vosotros os pasa lo mismo) es el cine que veíamos los domingos por la
tarde después de la exposición y de cantar el “Pange lingua”.
Vimos
grandes películas que suponían un acontecimiento especial (Ben Hur o Barrabás).
Alguna como “Duelo en el barro” la cortaron a medias por demasiado escabrosa. En
otras nos enamorábamos de la protagonista que era de nuestra edad “Tú a Boston
y yo a California” Claro… algunos se enamoraron más (Castilla, Domingo) que
otros.
Durante
los cursos de 3º y 4º, no recuerdo bien, D. Revilla ponía los lunes en el
tablón de anuncios del pasillo, unas preguntas sobre la película del domingo.
Las preguntas versaban sobre el director, los protagonistas, el productor, los
valores humanos o religiosos etc.
Mi
paisano Bárez y yo nos asociamos en el negocio, desarrollamos una técnica para
contestar, acertar las respuestas y repartirnos las ganancias. El siguiente
domingo antes de la proyección en la sala de actos, D. Revilla llamaba a los
ganadores para darles el premio en metálico. Muchas veces fuimos nosotros.
Ya en
Calatrava alguna vez salíamos a ver alguna película de estreno al Bretón o al
Salamanca. Allí vimos “Un hombre para la eternidad” o “Mari Popins”.
Pero el
mejor recuerdo a este respecto es la “Semana de Cine” que se hizo en quinto
curso. Durante una semana suspendieron
las clases de la tarde y los alumnos y alumnas de varios colegios de Salamanca fuimos
a los Escolapios de allí al lado para ver una película a la que también acudía
el director o algún actor.
Vimos
buenas películas como “La caza” de Carlos Saura,” La tía Tula” de Picazo o
“Nueve cartas a Berta” de Patino.
Alguno
de esos días estaba sentado al lado de Barragán y delante teníamos tres chicas
de la Teresianas de la Plaza de Colón. Mariano ya mismo estaba intentando ligar
con ellas.
Estas
vivencias y otras quedan en el recuerdo.
Como cuando algunos (José Ignacio y yo) salíamos “de extranjis” hasta el
quiosco de al lado, en la misma calle, para cambiar, por una peseta, las
novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía que tanto nos gustaban; o,
después de cenar, dábamos vueltas al claustro jugando a recordar las obras de
tal autor que estudiábamos en el libro de literatura de Lázaro Carreter.
Estudiamos
mucho latín. ¡Lástima que se olvida! Habíamos traducido el “De Amicitia” de
Cicerón o “La Guerra de las Galias” de Julio Cesar. De todo aquello solo me
queda cierta afición por el mundo clásico y el dicho que a veces decíamos: ”Quousque
tanden abútere , Catilina, patientia nostra?
De
todas formas creo que para mí, que estuve 6 años en el seminario, fue una etapa
fructífera de mi vida, estudié bastante y recibí una educación y un sentido del
trabajo que me ha servido a lo largo de la vida. Ahora, visto desde esta época,
me parece que los curas que nos tocaron en suerte, eran de lo más liberal para
los tiempos que corrían. Influencias del Vaticano II.
NOTICIAS
DE MI VIDA
Me fui
del seminario cuando nos examinamos de 6º y reválida en el Instituto. Hablé con
D. Ángel y le planteé que no quería volver al curso siguiente, que lo había
pensado bien y eso de ser cura no era para mí.
El
curso siguiente, empecé 1º de Magisterio y entonces sí que tuve problemas con
las matemáticas de conjuntos pues todos nosotros éramos más bien de letras. En
tres años acabé la carrera y me vine a Barcelona, donde rápidamente encontré
trabajo de maestro. Esto, en aquella época, estaba lleno de maestros y
profesores castellanos y gallegos. Ahora hay muchos valencianos.
Después,
a raíz de la autonomía y de la exigencia del catalán, muchos regresaron (Bárez,
Sanpedro o Ignacio Polo, el alcalde de Linares) otros encontramos la media naranja y nos adaptamos, aprendimos
el catalán, hemos echado raíces y aquí seguimos, seguro que para siempre.
Escribo
desde Sant Feliu de Llobregat donde vivo. Estoy jubilado desde hace un año. He
trabajado siempre de maestro en la enseñanza pública durante casi 40 años, (cómo
pasa el tiempo) y siempre en los primeros cursos de primaria. Me siento
orgulloso de haber enseñado a hablar, leer y escribir a muchos niños de 6 ó 7
años tanto en catalán como en castellano.
Durante
tres años me nombraron a dedo director del centro porque no había candidatos
voluntarios. Cuando pude dejé un cargo que no me gustaba.
Me
había preguntado muchas veces qué sería de aquellos compañeros que conocí en
Linares. Siempre sin respuesta. Solo sabía de José Luis Puerto, por la
wikipedia y por sus libros.
Me
quedé muy sorprendido y contento cuando me llamó Adolfo. Esto fue al mediodía. Estuve toda la tarde
leyendo la página de Amigos Siempre 63. Gracias a Seve, Juanjo, Adolfo y los demás que
hayan colaborado. ¡Cuántos recuerdos!
Ahora
leo vuestras salidas por la Sierra Quilama. Aunque me gustaría acompañaros, me
conformo con caminar por la “Serra de Collserola” que está aquí al lado.
A
veces, en vacaciones, voy a Salamanca donde viven mis padres y hermanos por lo
que espero que nos veamos tanto en junio como en octubre. Entretanto me
mantendré informado a través de la web.
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AMIGOS SIEMPRE
José Luis Puerto
Hernández.
Medio siglo no es
nada. Y, al tiempo, constituye el grueso de cualquier vida. Esos cincuenta años son los que han
transcurrido ya desde el ingreso, allá por octubre de 1963, en el seminario
Menor de Linares de Riofrío, de una promoción de muchachos, apenas salidos de
la niñez, en su gran mayoría procedentes del medio rural salmantino, y llenos
al tiempo de ilusiones, temores y esperanzas.
Sus padres los
enviaban al seminario no tanto para que terminaran siendo sacerdotes, sino para
que se abrieran camino en la vida a través de horizontes más amplios de los que
el agro salmantino tenía y ofrecía por entonces y, a la vez, para que
adquirieran una cultura y unos estudios que la gran mayoría de sus progenitores
no habían logrado conseguir, debido a razones históricas de sobra conocidas.
Y allá fueron todos,
con una aparente homogeneidad, pero sin advertir que el destino personal de
cada uno iría siendo distinto a medida que el tiempo transcurriera.Y se fueron
tejiendo entre ellos, a medida que la formación transcurría, unos lazos
amistosos y humanos que, de algún modo, perviven hasta hoy.
Varios fueron los ejes
esenciales de aquella formación que recibieron: una instrucción rigurosa en
diferentes materias (sobre todo en las de letras), una práctica del deporte
como medio de entrenamiento y de salud, un contacto continuo con la naturaleza
(marchas a la montaña, baños en el río Alagón…), una práctica de la creación
artística (la entrañable y trágica figura de don Juan…), unos conocimientos
sobre música clásica y cine ( a través de audiciones diarias y proyecciones
semanales), así como la impregnación de un humanismo cristiano dirigido a un
objetivo: el compromiso vital con la sociedad.
De todo aquel puñado
de muchachos, ninguno llagó a ser sacerdote. Pero de allí salió un grupo humano
formado, que ha ido desarrollando su existir en la docencia, la sanidad, la
administración, la agricultura y ganadería…, sin excluir el destino de emigrar
por el que han pasado no pocos de ellos.
Hoy, el edificio del
antiguo seminario de Linares de Riofrío, sigue ahí varado entre las dehesas y
la sierra, como Escorial venido a menos, con su imponente fábrica de muros
blancos, con la deliciosa geometría de sus ventanas y la ya estéril vigilancia
de sus torretas. Y también como símbolo del existir de unos muchachos, y de esa
labor social y religiosa de la iglesia católica para con la provincia de
Salamanca, hacia la que nuestra sociedad debiera mostrar su gratitud.
(Publicado en El Adelanto el 2 de mayo de 2013)
RECUERDOS DE LINARES
Pedro Romero Hernández
Me gusta. Empiezo como termina Severiano (Seve para todos).
Salud, mucha salud.
Soy Pedro, perdón,
Romero Hernández; pero como en primero, en segundo y en tercero no había ningún
Pedro aparte de mí, pues por eso. En cuarto como comenta Juanjo, ya no estoy en
la lista. ¡Qué pena! con lo bien que lo pasábamos, descubriendo las Cuevas de
Romperropas en Arenas de San Pedro, realizando el Camino de Santigo como auténticos pioneros, o traspasando fronteras
para demostrar que ya éramos unos avanzadillos europeístas.
Ayer leí lo de Vicente del Amo. Lo recuerdo del curso 63-64
perfectamente, con los ojos un poco "blefaríticos", como los tenían
Luis Felipe y a temporadas Anselmo. Lo recuerdo de verdad. !Ah!, lo de
blefarítico lo digo ahora porque soy médico; imaginaos un empollón de Letras
que se metió en Selectivo de Ciencias..., lo pase fatal.
Releyendo lo que refieren de Antonio Tomás, yo sí lo tengo en
mi memoria, pero también Seve tuvo problemas ese mismo día.
Por cierto que Carmelo Pinto Rodero también era empollón.
Cuando nos referimos a nuestro Juanes, recuerdo su “tar-ta-mudeo” sin complejos.
Pero hay una cosa que os quiero refrescar, referente a nuestro sonriente Rector
don Jerónimo Urdiales Urdiales, en vez de andar, siempre iba o parecía ir
bailando ¿no os acordáis?
Al ver las Listas me
acuerdo de muchos, pero no de todos. Espero veros en Junio en Linares, donde a
las doce del mediodía cantábamos ante la gruta de la Virgen el “Regina coeli
laetare…”, la misma que siempre nos esperaba como dice la canción.
Nada más que daros las gracias por ponernos en contacto para
siempre.
Fuerte abrazo a todos.
SALUDO PARA TODOS LOS “COMPAS”.
Antonio Rodríguez
Romo."Chufi chico".
Quiero expresaros mi
reconocimiento a los “pilotos” de este proyecto -Adolfo, Seve, Juanjo etc.- por el trabajo bien hecho, de esta magnífica
página, desde la que nos mantenéis en contacto permanente unos con otros,
despertando los recuerdos que parecen enmohecidos por el tiempo, pero logrando
que vuelvan a aflorar con la sensación de no haber pasado 50 años de nuestra
vida, o quizás sí, de aquellos días en los que juntos comenzábamos a despertar a la dura realidad de la rutina
diaria y a iniciar nuestro camino.
Un abrazo para todos
los "compas" de entonces, esperando saludaros en cualquier momento de
esta aventura.
Soy "Chufi ",
posiblemente os ocurre lo mismo que a mí: los nombres los reconozco, pero no pongo el físico en su
lugar. Es magnífico cuando te reencuentras decir “soy tal”,” yo cual”, “te acuerdas de...”
Mi paso por el
Seminario fue corto, cuatro años. Una Semana Santa, la de cuarto, estando de
vacaciones mi madre recibió una nota en la que nuestro insigne rector D.
Jerónimo Urdiales, le comunicaba que dada mi "intensa" vocación y
para no perjudicar al resto de las vocaciones de los compañeros, no me
incorporara de nuevo al curso. Así lo hice. La vida me fue llevando a mi
verdadera vocación, perdiendo el contacto con los “compas”.
Pero pasados
veintitantos años , una mediodía de agosto en la hora de la calima más intensa, llama a mi puerta un señor con
barbas: -¿Podría decirme cuál es el domicilio del director del colegio?. -Lo
siento, está de vacaciones, pero si quieres te puedo llevar al colegio. Me comenta:
-Tú eres "Chufi". - Efectivamente, y tú ¿quién eres? -Soy José
Ignacio Herrero del Seminario (marca indeleble de calidad). La casualidad quiso
que fuera destinado como maestro al mismo pueblo en que yo estaba como médico.
Fue mi reencuentro con él y a partir de ese momento el inicio de un
nuevo ciclo de amistad, con gente olvidada: Seve, Juanjo, Graci , Adolfo, José
Ignacio y todas sus familias con los que mi "gente" y yo hemos
compartido algunos episodios de nuestra vida desde entonces; posteriormente
Julián, Domingo, Juanes (soy su médico de cabecera), Ángel Castilla, etc...
Hemos llegado aquí, por
el empeño vitalista sobre todo, de Adolfo y su espíritu del 63. Esperemos no
caer de nuevo en el olvido, y esto que ha nacido como punto de reencuentro siga
siéndolo por muchos años.
Un abrazo fuerte y hasta que nos reencontremos.
CURSILLO DE VERANO EN CANDELARIO.
Mariano
Barragán Gómez.
Hace poco
estuve hablando con Julián González Sierra, haciendo memoria de aquellos días
en que estuvimos en Candelario y nos lo pasábamos fenomenal. Decidimos escribir
algunos recuerdos para transmitíroslos y que también disfrutéis rememorando
aquellos tiempos de hace casi 50 años.
No tengo muy
claro si fue el verano anterior o posterior al cursillo que hicimos en Puerto
de Béjar, creo que fue el siguiente, en 1966. Aquel año nuestros superiores
pensaron hacer algo diferente a los cursillos que hacíamos en Linares y
decidieron enviarnos a un campamento regentado por la O.J.E. en Candelario,
junto a la Sierra de Béjar. No recuerdo dónde oíamos la misa, pero sí recuerdo
que el rosario lo rezábamos por el paseo que iba desde el edificio hasta el
pueblo, flanqueado por enormes castaños indios que daban una agradable sombra.
Cuando terminábamos el rosario nos cambiábamos y nos íbamos de paseo al pueblo.
Yo iba con
Santos Sierra, Julián y alguno más y casi siempre hacíamos el mismo recorrido;
al entrar en el pueblo, al comienzo de la calle mayor y cerca de la ermita,
había una caseta donde tenían escopetas de feria y recalábamos allí para
empezar la sesión de esparcimiento. Nos gustaba disparar con las escopetas para
conseguir el premio, que consistía en una copa, tipo vaquerito, de un licor
riquísimo. Al principio cada uno disparaba sus tiros, pero al poco nos dimos
cuenta que lo mejor era dejar a Julián que disparara él porque así asegurábamos
las consumiciones, no fallaba nunca. Así que pronto nos dedicábamos cada uno a
su cometido; nosotros a cargar las armas y Julián a disparar. Después, ya
contentillos, nos subíamos a la parte alta del pueblo e íbamos a un bar donde
dábamos cuenta de una jarra de cerveza con gaseosa, para todos, que terminaba
de alegrarnos la tarde. Así, cuando iba acabándose el tiempo del paseo, no
teníamos más que abandonarnos a la inercia de las calles, tan en pendiente, y
cuando queríamos darnos cuenta ya estábamos cogiendo sitio para cenar en el
comedor del Centro.
Pero no todo
fueron días de gloria. Y nosotros que éramos gente de espíritu (por eso
queríamos todos ser curas), también tuvimos que adiestrar nuestros cuerpos con
el esfuerzo y la disciplina propia de aquella organización semi-militar; todos
uniformados con pantalón corto, camiseta color carne y unos jefes (Mandos) con
gorras, pantalones llenos de bolsillo y camisas azules que trataban de tenernos
a raya. Formábamos en columnas, desfilábamos, subíamos y arriábamos la bandera,
marcábamos el paso, cantábamos, etc., etc., pero todo aquello no era suficiente
para doblegar unos espíritus tan indómitos como los nuestros.
Un día, al
alba, cuando nos levantamos y formamos delante de nuestras camaretas (eran las
habitaciones donde estaban las literas en que dormíamos), en el pasillo, justo
cuando el Mando (aquel día era el tal Emilio Piris Pérez) hacía su recorrido
para pasar la revista diaria, no sé qué le dijo Aurelio González Rivas (que
dormía en nuestra camareta) a Julián o Julián a él o yo a Julián o a Aurelio,
el caso fue que el tal Piris se cuadró delante de Julián y de mí dudando entre
si perdonarnos la vida o no, por el gesto tan adusto que mostraba, que a Julián
y a mí se nos soltó la risa y no la podíamos parar, sobre todo yo, que no
acababa de coger el sentido patriótico de la marcialidad que querían
inculcarnos. Y cuanto más nos miraba y menos pestañeaba él, más nos atacaba la
risa sorda a los dos reclutas, hasta que, al final, sucedió lo que tenía que
pasar; fuimos castigados “al mástil”, a hacer guardia delante de la bandera,
para escarnio y pública vergüenza, hasta nueva orden. Así que salimos a cumplir
con nuestra sanción y, allí estábamos de pinote los dos insumisos tratando de
dominar la risa que aún perduraba, cuando al rato vemos a Juan Bárez, que con
paso vacilante se dirigía hacia nosotros y al llegar donde estábamos nos preguntó;
¿ Esto es el mástil? ¿qué hay que hacer? Nada, le dijimos, sólo estarte aquí
con nosotros y firme.
No había
pasado mucho cuando mis padres se presentaron en el campamento a visitarme
(pues mi pueblo está muy cerca de Candelario) y a darme una sorpresa. Y ¡Vaya
si me la dieron! En ese momento deseé que la tierra me tragara. A ver cómo les
explicaba qué estaba haciendo yo delante de la bandera.
De verdad, que
hay recuerdos que se mantienen vivos como el primer día, y con el paso de los
años no se sabe explicar el por qué, pero ahí están haciéndote más
agradable el recuerdo de muchos momentos
de la vida…
¿Os acordáis
de Candelario? Seguro que sí.
SALUDOS PARA TODOS
Matías García Fraile
Desde el año 63 y según las necesidades familiares, al ser el pequeño de una familia de 11 hermanos, he
ido pasando de Linares, Salamanca hasta reválida de cuarto, Madrid hasta Preu y
vuelta a Salamanca para la carrera en el año 1977. Este mismo año me traslado a
Alicante, donde actualmente me encuentro.
Antes de
nada quiero trasmitiros la ilusión que me hizo recibir la llamada de Cerrudo y
comunicarme el "lio" que traíais entre manos.
Gracias a vuestra iniciativa y a vuestro
esfuerzo, se han despertado en mí una
serie de sensaciones y de vivencias -me paso horas viendo y repasando las fotos identificando las
caras, que estaban muy grabadas en la memoria-, que ni yo mismo era consciente
de haberlas vivido.
Por supuesto que
a la reunión de octubre no faltaré. Me gustaría asistir a alguna de las próximas convivencias y haré lo posible. No
obstante, la próxima vez que vaya a Salamanca, os llamo previamente y podemos
vernos.
Gracias por acordaros de mí y os felicito por
todo lo que estáis haciendo.
Un fuerte abrazo.
Matías.
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DAÑOS COLATERALES DE
SER SEMINARISTA
Severiano Pérez
García.
Cuando he ido recibiendo
las historias, las anécdotas, los recuerdos de Linares que me habéis mandado
para subirlos al blog, me he dado cuenta de que todos hemos pasado por
situaciones y sensaciones muy parecidas, aunque las hemos sufrido de manera
diferente según el carácter y las circunstancias personales de cada uno.
Recuerdo esa sensación
que comenta Juanjo y alguno más de desamparo, de soledad al volver de las
vacaciones y quedarte solo en el seminario sin tu familia, lejos de tus lugares
conocidos, de las cosas con las que siempre habías convivido, eso que nosotros
llamábamos “morriña” (que a mí me recordaba lo que mi madre decía de la gallina
que estaba mustia, parada, triste -si es que las gallinas pueden estar
tristes-, cuando decía que una gallina tenía morriña) y que quizás pudo llegar
en algún momento a las lágrimas o a ponerse los ojos vidriosos, pero no lo
recuerdo. Esa sensación de estar tres meses lejos de casa, cuando prácticamente
antes no habíamos salido del pueblo, fue
para muchos de nosotros una especie de “destete” que tuvimos que pasarlo y que
de alguna manera contribuyó, a la larga, a hacernos más fuertes.
También recuerdo la
sensación de “hundimiento” que se producía los domingos por la noche cuando
salíamos del cine, todos cabizbajos, en silencio, ante la perspectiva de toda
una semana por delante de clases, de latines, de misas, de rosarios, hasta que
llegara otro domingo cuando nos liberábamos de todas esas penas con la bolsa de
la ropa que llegaba de casa, los partidos de fútbol, las marchas al Cervero, al
Alagón, a las Peñas del Agua, el cine...
Recuerdo muchos
momentos muy buenos de Linares y de Calatrava sobre todo por los amigos. Pero
tampoco tengo quejas por el trato recibido de los curas. Yo no sufrí mal trato
ni castigo alguno por parte de los curas de Linares más allá de los
“cordonazos” que a veces nos atizaba D. Revilla que siempre llevaba en ristre
el silbato con aquel cordón que utilizaba para “invitarnos” a salir, a ponernos
en marcha o a correr. Quizás por mi carácter algo tímido y mi escasa propensión
a meterme en líos o a armar trastadas que supusieran un castigo, o quizás
porque no me pillaron, pero tuve la suerte, que no tuvieron otros, de no recibir
castigos.
Sin embrago sí los
recibí, físicos (aunque estos creo que fueron sobre todo antes de ir a Linares)
y psicológicos, por parte del cura de Robliza, D. Bernardo, por el hecho de ser
seminarista.
A D. Bernardo yo
quizás tenga que agradecerle el hecho de que se empeñara en llevarme al
seminario, porque esa era la única forma que teníamos los de pueblo y con
escasos medios económicos de salir a estudiar: estar internos en un colegio y
que no fuera caro -además yo tuve la suerte de contar con una beca los cuatro
primeros años-. Lo que no se imaginaba él es que a mí la idea de ser cura tampoco
es que me agradara mucho. Quizás pensara que con los años me irían comiendo el
coco y terminara claudicando, pero exactamente fue al revés, con el paso de los
años yo me iba dando cuenta de que aquello a mí no me convencía, y cuando llegó
el momento de iniciar una carrera universitaria le dije “hasta luego Lucas”,
con gran disgusto para el susodicho cura de mi pueblo.
Exceptuando esto, el
resto de las relaciones con D. Bernardo fueron bastante traumáticas por su
empeño en tener que hacer lo que él decía y quería en cada momento, y si no,
palo.
Mi paisano Rodrigo y
yo, cada vez que llegábamos de Linares al pueblo, o cuando se acababan las
vacaciones y teníamos que volver a Linares, lo primero y lo último que teníamos
que hacer era ir a saludar y a despedir a D. Bernardo, momento que aprovechaba
para soltarnos un sermón-reprimenda, sin saber por qué sí ni por qué no, que yo
recuerdo de manera traumática y que, por lo tanto, le tenía un pánico que
todavía me hace crujir las entretelas cada vez que lo recuerdo. En vacaciones,
en el pueblo, hacíamos una vida de semi-cura: teníamos que ir todos los días a
misa, al rosario, horas santas y demás celebraciones litúrgicas que hubiera;
teníamos que hacer todas las lecturas en las misas, cantar las misas de
difuntos, dirigir las procesiones, oraciones y rosarios, oficios de Semana
Santa y Vía Crucis, confesar y comulgar (que te lo llevaba por cuenta) y por
supuesto, no salir con los “amigotes”, y lo de mirar a los chicas ni soñarlo,
“que no me entere yo”.
Pero esa relación de
aversión (por lo menos por mi parte) ya venía de antes, pues D. Bernardo era de
torta fácil, y de puño fácil utilizado como “capón”, y varias veces se cruzó en
mi camino, o mejor dicho, en mi cabeza.
En cierta ocasión,
cuando se quitó el altar mayor de la iglesia para cambiarlo por otro de granito
y mirando a los fieles, el primero lo colocaron en la sacristía. Allí estábamos
los monaguillos esperando para el comienzo de la misa cuando el cura dijo que
tocáramos las “muchas”, que era el
penúltimo toque de campanas antes de empezar la misa. Los monaguillos estábamos
deseando ir a tocar porque nos colgábamos de la cadena y hacíamos el salto del
Ángel cual expertos saltimbanquis, pues la cadena de las campanas estaba en la
parte de atrás de la iglesia y no nos veía nadie. Yo tenía el codo apoyado
sobre el altar, y al lado un florero de porcelana, hermoso, blanco, impoluto…
que, al salir disparado para ir a tocar las campanas, empujé sin querer y cayó
al suelo haciéndose mil pedazos. Todo asustado miro hacia arriba y veo
acercarse hacia mí una masa enorme (el cura era alto y fuerte), negra (por la
sotana y porque yo lo vi así, muy negro), con el puño en alto, que descargó tal
capón sobre mi cabeza que me dobló las piernas y durante un rato estuve viendo
estrellas y pajaritos revoloteando por encima de mí. Ahora, cada vez que tocan
las campanas, todavía me acuerdo de aquel capón y me entra dolor de cabeza.
En otra ocasión,
alguien le había contado que habíamos perseguido a las chicas y les habíamos
lanzado petardos. Entonces el cura nos llamó a capítulo y nos colocó en el
centro parroquial, junto a la pared, en fila, para empezar a abofetear al que
estaba más cerca de la puerta, que salía para la calle rascándose la cocotera como
alma que lleva el diablo. Cuando llegó a mí, me dio la bofetada en una mejilla,
pero no estaba dispuesto a poner la otra, y me agaché en el momento que su mano
ya volaba hacia mi otra mejilla de manera que le pegó tal manotazo a la pared,
que era de cemento y raspaba como lija, que empezó a echar sangre por los
nudillos como un cerdo. Yo salí disparado por la puerta y no volví por allí en
unos días por si acaso se le ocurría seguir con la faena que había dejado a
medias.
Todo esto a mí me
traía a mal traer y esperaba la ocasión para poder vengarme de alguna forma,
aunque por mi condición de enano frente a aquel corpachón, no se me ocurría que
pudiera ser algo que tuviera cierta relevancia. Y esa ocasión me llegó en forma
de vaca, sí de vaca, con cuernos.
Tenía mi abuelo una vaca mixta, que era
misógina, de tal manera que mi madre y mis hermanas tenían que tener un cuidado
enorme porque cuando salían al corral y la vaca las veía, les embestía como un
toro bravo, lo mismo que a cualquier mujer que llevara faldas, motivo por el
que ya, y por precaución, tenía los cuernos muy recortados.
Un día había llevado
yo la vaca a las afueras del pueblo, por el camino que sale hacia Quejigal,
para pastar la hierba que salía en los bordes del camino. Mientras la vaca
pastaba yo estaba jugando con mis amigos no muy lejos de donde estaba el animal
por si se acercaba una mujer y pudiera provocar un percance. En estas estábamos
cuando por la esquina de la última casa del pueblo aparecen D. Bene, el cura de
Quejigal, y D. Bernardo, que iba a
acompañarlo hasta mitad del camino. Yo los vi de lejos y no pensé que pudiera
haber peligro alguno al ser dos hombres. Pero la vaca que no debía distinguir
muy bien entre lo que eran unas faldas y una sotana, les embistió como un tren,
pillando a D. Bernardo, revolcándolo en el barro y propinándole una buena paliza,
además de hacerle varios girones en la sotana, de tal manera que durante muchos
días después de esta cogida D. Bernardo estuvo diciendo misa concelebrada acompañado
por varios “cardenales”. Y yo tan contento y tan satisfecho porque una vaca
había hecho lo que yo no había podido hacer, pero sí había deseado muchas
veces.
Después de los años,
lo volví a ver alguna vez por Salamanca, ya muy mayor, con el pelo blanco y con
un tembleque, no sé si de Parkinson u otro tipo de enfermedad parecida, pero
nunca me acerqué a preguntarle por su salud, sino todo lo contrario, me entraba
un malestar por el cuerpo que me daban ganas de embestirle yo también. Y ya
hace años que no lo veo, alguien me ha comentado que ha fallecido hace un año,
pero, en cualquier caso, allí donde esté “que le vaya bonito”, sin más.
(La foto es de mi primera Comunión con D.
Bernardo, yo soy el que está a su derecha. Los chicos estábamos subidos en una
banqueta).
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LOS TRANSPORTES A LINARES.
Mariano Barragán Gómez.
Leyendo nuevamente la historia que nos refiere Juanjo sobre
la vida y milagros de nuestra azarosa vida en Linares y desempolvando mis
recuerdos, he caído en la cuenta de que casi todos vosotros os desplazabais a Linares en flamantes autobuses, grandes
autobuses, como aparece en alguna foto, en los que yo no tenía posibilidad de subir.
Recuerdo que sólo fui una vez a Salamanca, en autobús, con motivo de una exposición de pintura que se
hizo en Calatrava y fui porque eligieron
una pintura mía; un gallo más feo que el demonio de Tasmania, pero que,
gracias a él me llevaron con algunos de
vosotros a disfrutar de un día en Salamanca, bueno, en Calatrava.
Aparte de esa ocasión en que cogí aquel autocar (creo que
lo llamaban el Nazareno por su color tirando a morado), mis idas y venidas a
Linares, desde mi pueblo, se realizaban cogiendo el tren en Puerto de Béjar
hasta Guijuelo y allí tenía que tomar el único transporte que iba desde allí
hasta Linares. Dicho transporte era una camioneta pequeña y vieja, la”
Camioneta de Generoso”, que así se llamaba el conductor, que, a su vez, era
también el cartero que hacía la ruta por aquellos pueblos.
En aquel transporte nos juntábamos los de aquella zona; Los
de Guijuelo; Miguel Ángel Calle Carabias,
José Hernández Sánchez (Pepito), Florentino, Jesús Hernández, Valle, etc. Los
de Salvatierra de Tormes; Eudosio Casero, José Manuel Agustín, Juan Bárez, los
hermanos Blanco; Manuel y Juan Fran. Los de Campillo de Salvatierra, como un
tal Ramón, etc. Algunos otros de pueblos
cercanos y yo, que era el que vivía más
al sur de toda la diócesis, pegando ya a Extremadura, junto con Ángel Gómez
Hernández, de Colmenar de Montemayor. Cuando estábamos ya reunidos, además de
otros pasajeros que iban a los pueblos de la ruta, teníamos que esperar al tren
que venía de Astorga a Salamanca e iba a
Madrid, vía Plasencia, empalme en Cáceres, para recoger el correo. Acto seguido
nos subíamos como podíamos en aquella
especie de ” diligencia” y, mezclados con maletas, bolsas, sacos, cestos y toda
clase de enseres, elegíamos cada uno el sitio que podía para el trayecto. Yo
nunca conseguí ir en la cabina, siempre fui en la caja o en la baca, hiciera el
tiempo que hiciera.
Recuerdo que la camioneta tenía un color verde sazonado
como los camiones de la guerra de Corea, e iba traqueteando todo el camino,
pisando todos los baches, levantando una
nube de polvo y parando en todos los pueblos: Fuenterroble de Salvatierra,
Casafranca, Endrinal y Monleón hasta llegar a
Linares. Al final de nuestra estancia en Linares, el Sr. Generoso compró
un furgón más grande y moderno, algo más confortable, de color azul y blanco,
pero poco nos duró la alegría, porque nos fuimos a Salamanca y dejamos de
viajar en la Camioneta de Generoso.
Nunca me había preguntado cómo iban a Linares el resto de
los compañeros, pero me imagino que, quitando los de Salamanca, que lo tenían
fácil, el resto tendría también sus más y sus menos para poder ir y venir a
Linares. Pienso en los de la Sierra, en aquellos de las zonas más apartadas,
como los Arribes y en los que vivían en pueblos tan pequeños y alejados que no
tenían ni combinación, como mi pueblo. Seguro que muchos de nuestros hijos no
pueden ni imaginarse un mundo sin coches, como el que nos tocó vivir en
aquellos tiempos.
A ver si alguien se anima y nos cuenta cómo eran sus viajes
desde su pueblo hasta Linares.
(La imagen es del castillo del pueblo de Mariano, Montemayor del Río).
(La imagen es del castillo del pueblo de Mariano, Montemayor del Río).
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¿OS ACORDÁIS DE ESTO?
Fabián Hoyos Guinaldo.
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“AMIGOSSIEMPRE63”
Fabián Hoyos Guinaldo.
Entonaba José Luis M. y le seguía Ángel,
el amigo de Pillín, Revilla estaba al ojeo y a la espera de si alguien, a pesar
de la hora, estaba dispuesto a “comulgar” y no con pan ázimo sino el preparado
al momento como más de una vez me sucedió, aunque no en exclusiva, alternando
los nudillos con la planta de la mano, muy bien en fin, porque había que variar
el menú. Testigo de ceremonia Ángel Fdez. Situación: lado opuesto a la puerta
de la sacristía.
Bueno, vamos a lo que íbamos:
“Buenas noches Padre Dios/ que nos
vamos a dormir/ ya los ojos se nos cierran/, no los podemos abrir.
Habrás oído a María/ que no hemos sido
buenos/ es una pena de amor/ mañana te contaremos/
ahora tenemos sueño/ y no podemos rezar/
solo te decimos ¡Gracias!/ líbranos de todo mal.”
Por lo bajini algunos añadíamos “ y de
Revilla Bernal”.
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“AMIGOSSIEMPRE63”
Manoli Villanueva Lorenzo.
Los caminos más difíciles
generalmente llegan a la cima. No existen atajos para alcanzar el éxito, y esto es lo que
vosotros “amigossiempre63” habéis conseguido.
Subiendo peldaño a peldaño, vais
a terminar floreciendo y dando buenos frutos allí donde fuisteis plantados
(Linares de Riofrío), el lugar que fue motivo de encuentro de tantos compañeros
especiales que no son fáciles de olvidar, de todos aquellos momentos que dejó
el ayer, y de miles de recuerdos que nunca se irán y que a pesar del tiempo no
podréis olvidar.
Noto en vuestros comentarios que
la nostalgia se apodera de vosotros con recuerdos bellos de tiempos gratos, o
de páginas que os gustaría quizás borrar
para siempre. Aún en las adversidades, sabéis poner matices de serenidad, ¡qué
tíos!
Vuestro pasado ya está escrito, y
no podéis cambiarlo, y vuestro futuro, es de quien tiene esperanzas, y se marca
metas. En este 50 aniversario, vuestra
meta es conseguir reunir el mayor número de compañeros posible de aquel curso del 63 y que acompañados de
sus respectivas parejas, disfrutemos juntos
de unas buenas jornadas.
Todo lo que se consigue en la
vida es a base de ilusión y, a varios de vosotros, os veo con tanta… (digo varios,
porque a todos no los conozco todavía). Con esos varios, nos reunimos frecuentemente, y eso hace que compartamos ideas y
sentimientos y nos unan lazos más estrechos. Me gustaría que nos vierais, a las
mujeres, diciendo que todos en sus casas son parcos en palabras y sin embargo,
en nuestros encuentros, sus conversaciones
se hacen demasiado cortas. Me encanta verlos así. Siempre terminamos
diciendo que debemos repetir con más frecuencia estos encuentros. Se
les ve felices y algo más comunicativos, ¿o no, chicas? Y… es que la amistad duplica
las alegrías y divide las angustias. Y…. y que no hay nada como el cariño y las risas de nuestros amigos.
Y es por eso, que hoy escribo
estas líneas, para agradecer a la vida el
que me haya dado grandes cosas, (una de ellas sois vosotros-as) y por supuesto
a Seve, mi marido, pues sin él, nada hubiera sido igual.
Gracias por teneros y por vuestro esfuerzo y tesón en conseguir una tarea un tanto complicada, ya que unos teléfono en
mano, y otros puerta por puerta, habéis conseguido ya gran parte de vuestros objetivos.
QUÉ TIEMPOS
AQUELLOS DE LINARES
Jose
Luis Martín Rodríguez
Tenemos
una vida llena de sorpresas y después de leer lo que cuenta nuestro compañero
del colegio Vicente del Amo Hernández al que recuerdo perfectamente, creo que a
todos los compañeros del curso 63/64 nos ha sucedido algo parecido, pero es así
la vida y cada uno la hemos tenido que vivir y por lo tanto es importante saber
recordarla y quererla con sus altibajos buenos y malos, quizá más buenos que
malos.
Mis
recuerdos de Linares son muchos, pero se me quedó reflejada una anécdota en mi
memoria que os la voy a contar.
¿Recordáis
al peluquero que teníamos? creo que era de Linares y venía a contarnos el pelo
cuando lo llamaban, teníamos que apuntarnos en una lista y te daba cita para el
día y la hora (creo que era así). A mí, recuerdo que un día de los muchos que
nos cortó el pelo, me tocó por la tarde, me presenté y empezó a cortarme el
pelo, pero en ese momento en el campo de balonvolea, mi equipo, los cocodrilos,
disputaban un partido decisivo para ganar el campeonato; por lo visto se
lesionó un compañero, no recuerdo quién y me necesitaban a mí. Fueron a
buscarme a la peluquería y les dije que no podía ir; el peluquero dijo que
había comenzado a cortarme el pelo y que no me dejaba ir a jugar. Al final
entre unos y otros lo convencieron y accedió y yo con media cabeza rapada me
fui a cubrir el puesto de mi compañero. No recuerdo si ganamos o no pero sí que
recuerdo la pinta que tenía mi cabeza a medio rapar, todo había que hacerlo por
el equipo los cocodrilos, eso nos lo enseñaron bien.
Aparte
de que lo pasé muy bien y de la diversidad de actividades y anécdotas que viví,
me marcó mucho el cantar con el coro. Don Revilla siempre me llamaba para
cantar con él y preparar las canciones para la misa; lo hacíamos en la capilla
nuestra, la de arriba, (lo digo porque había dos: la de abajo para los de
tercero, cuarto y quinto y la de arriba para los de primero y segundo. Recuerdo
que en el aula que había debajo de la torre donde estaban los futbolines, el
coro de primero y segundo grabamos unas cintas de magnetófono (el magnetófono
era de D, Marciano) con canciones para las iglesias de los pueblos. La canción
que más me gustó fue “Como brotes de olivo“, que repetimos muchas veces hasta
que salió bien, según Don Revilla. Después cuando me fui del Seminario estuve muchos
años cantando en el coro de mi pueblo, Barbadillo, y me encontré con esa cinta
de canciones.
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MIS RECUERDOS DE LINARES.
Vicente del Amo Hernández.
Es más que probable que pocos o ninguno de los
compañeros del curso 63/64 se acuerde de mí, y si bien en las listas del curso
aparezco solamente en primero, lo cierto es que estuve también hasta la
primavera del año 64/65, eso sí, repitiendo curso.
Como estuve poco tiempo en Linares de Riofrío y pasé
como alumno muy poco aplicado por varios colegios religiosos, mezclo y confundo
nombres y recuerdos; pero algunos relacionados con el seminario han quedado
indelebles en mi memoria.
Mi vocación
sacerdotal, así como mi participación en el cursillo del verano del 63 estaba programada
desde hacía muchos años antes. Mi padre, un buen hombre, católico a
machamartillo ya había enviado en los años cincuenta a mi hermano Daniel al
seminario de Calatrava. Todas las noches tras las oraciones, debíamos expresar
en voz alta nuestra futura vocación de destino,
en el que solamente existían dos opciones: los varones solo podíamos ser
“buenos curitas” y las niñas “buenas monjitas”. De nada sirvió que
repetidamente le expresara mi deseo de ser un “buen torero” o como alternativa
ser un “buen futbolista”; al igual que tampoco le sirvió de nada a una de mis
hermanas la opción “buena monjita titiritera”. Así pues mi destino estaba sellado.
Cuando aparecí en el cursillo de verano del 63 junto
a otro montón de niños de mi edad, me pareció estupendo y no entendía por qué
lloraban unos cuantos, pero supuse que eran unos mimados y nunca se habían
desprendido de las faldas de su mamá y no conocían mundo; yo en cambio ya había
ido varias veces de Salamanca a Lumbrales, que es el pueblo de mi familia; e incluso
había pasado un par de semanas con mis abuelos, pero sin mis padres.
Pronto hice amistad con un niño enclenque que se
llamaba Juanes, que tenía algunas dificultades en la dicción y me caía bien,
también recuerdo a un tal Barragán, que era muy gracioso y desinhibido y del
que todavía recuerdo el chiste de San Rafael y las gitanas. En el grupo había
otro chaval llamado Ángel, que venía de Plasencia y que era sobrino del rector del
seminario mayor, D. Ángel. Un día del cursillo había un círculo de niños y en
medio estaba el tal Ángel zurrando a mi reciente amigo Juanes, así que me metí
en medio para evitar que le siguiera pegando. Como no le pareció bien al
agresor mi intento de parar el abuso, cogió un pedrusco y me lo lanzó a la
cabeza, me agaché, no me dio, y como creí verme en peligro inminente de muerte
le sacudí ciego de ira y miedo. El resultado es que acabé en el despacho de D.
Ángel explicando el asunto, con el sobrino fugado al monte y que reapareció
llorando después de comer en el salón de actos; yo muerto de miedo ante la
posible venganza de aquel potrillo airado. Pero no pasó nada, y aquí paz y allá
gloria.
El curso de verdad comenzó en octubre, comenzamos
los 63 las clases y comenzó mi calvario de mal estudiante. Lo de las misas era
un tostón insufrible, pero ya lo conocía de los Maristas y lograba abstraerme y
distraerme tanto, que descubrí que si miraba al cura que decía misa sin pestañear
ni cerrar los ojos durante un buen rato, y además bizqueaba levemente, podía
verles la corona como a los santos.
Otro recuerdo de aquel año y pico que pasé allí, era
el hambre perpetuo que tenía siempre, también recuerdo que en el pasillo a
veces olía de maravilla, pero era la comida de los curas, porque a nosotros nos
tocaba lo de siempre; y sin embargo me comía todo lo que ponían a la mesa y lo
que no querían otros compañeros, como el queso americano que con frecuencia se quedaba
intacto en la mesa y que yo me llevaba al pupitre para comérmelo en clase.
Un día a la semana, creo que eran los sábados,
llegaba la furgoneta con la fardela de ropa limpia junto con una carta y de vez
en cuando algún extra. En una ocasión me enviaron un cuarto de kilo de pipas y
al día siguiente había desaparecido de mi armario, así que en el recreo decidí investigar
y viendo a varios compañeros comiendo pipas les pregunté por su procedencia, y
todos dijeron que se las había dado Tejedor, que era vecino de cama en el
dormitorio. Hablé con él y le dije que se lo iba a contar al rector, pero como
se asustó mucho, y tampoco me parecía bien delatarle y menos todavía quedarme
impunemente sin pipas; así que llegamos a un acuerdo: él me compraba una navajita
y yo no lo denunciaba. Aprovecho estas líneas para pedirle perdón por la
extorsión y comentarle que le he perdonado el hurto, pero no olvidado.
El curso marchaba como siempre mal, salvo el fútbol,
las excursiones, la rondalla y las películas, pero el resto iba tomando mal
cariz, mis notas nunca llegaban al cinco, salvo en gimnasia y música que sacaba
25.
Teníamos un profesor de música bastante nervioso,
que podía llegar cantando a notas muy altas, creo que se llamaba D. Francisco,
que prometió darme clases de piano gratuitas si sacaba tres trimestres seguidos
25 en solfeo, así lo hice, pero cuando se lo reclamé al curso siguiente se hizo
el despistado, no me dio las añoradas clases, y desapareció de mi horizonte
otra futura profesión: concertista de piano. Bueno, tampoco le guardo rencor,
al fin y al cabo me salvó la vida en el Alagón el cursillo del verano del 64,
cuando después de preguntar a los compañeros que se estaban tirando al agua desde
una pequeña roca, si cubría mucho allí y me respondieron que no mucho. Cuando
me tiré al agua el horizonte desapareció de mi vista porque me hundía como una
piedra por no saber nadar. Alguien debió de dar la voz de alarma, porque antes
de darme cuenta de nada, D. Francisco me estaba sacando del agua y zurrando
simultáneamente; cosa que entendía en parte, porque había oído que cuando
alguien se está ahogando hay que evitar que se agarre al salvador y que en caso
de necesidad había que acercarse por la espalda y golpearle fuertemente y
sacarlo del agua; pero es que el agua me llegaba hasta los tobillos y él seguía
literalmente “dale que te pego”.
El curso 64-65 comenzó y ya me había desfasado de
los de mi promoción aunque seguía teniendo contactos. Un día de finales de
octubre aparecieron unas piezas onduladas de hierro delante de la cochera, y
nos pusimos algunos a elucubrar sobre su utilidad; a mí me dio por hacer levantamiento
de pesas con una de ellas y cuando la tiré al suelo desde lo alto de mi cabeza,
vi con asombro y terror que el hierro se partió en dos. Se trataba de unas
piezas de hierro colado, que es muy frágil, destinadas a la caldera de la calefacción
y agua caliente. El resultado fue una bronca pública en la que creo que no se
dijo mi nombre y 15 o 20 días sin calefacción ni agua caliente en las duchas
cuando ya había empezado el frio.
A principios de enero empecé a toser con frecuencia,
y empezaron a salirme diviesos y pústulas por las piernas y brazos, se los
enseñé a D. Paco que dijo que aquello era de no lavarme, y me recetó jabón de
glicerina que olía muy bien pero no remediaba nada. Llegué a contar cerca de
100 erupciones y heridas en el cuerpo. Un día estaba con J. M. Agustín que se
interesaba mucho por el pus de mis diviesos, y me animó a reventar uno de
ellos. No recuerdo si fue él o yo, pero lo cierto es que el pus acabó en su
cara y allí acabó el experimento.
Como aquello iba de mal en peor y no me hacían caso,
metí una nota en los bolsillos del guardapolvos diciéndoles a mis padres que
estaba muy mal y que vinieran a verme. Aquello no lo escribí en la carta que
acompañaba a la fardela, porque había censura. Mi padre vino a verme, se quedó
horrorizado de mi estado, y volví ese mismo día con él a Salamanca para no
regresar nunca más a Linares de Riofrío. Al día siguiente de mi vuelta a casa
me llevaron al médico, que detectó una infección en los pulmones, amén de lo
visible en piernas y brazos, y me recetó una montaña de inyecciones de antibióticos
que hicieron que desaparecieran todas las infecciones en poco tiempo.
Uno de los últimos recuerdos de aquel curso antes de
irme definitivamente a Salamanca, fue la impermeabilización de las paredes
exteriores del seminario con chapas planas de Uralita, pues estaba construido
con malos materiales, las paredes se calaban con la lluvia, y por eso decidieron
forrarlo. Yo me dediqué a recoger todos los recortes sobrantes del plomo
empleado endicha operación, a llevarlo en los bolsillos del guardapolvos o de
los pantalones y de paso a meterme en la boca alguna tirita y hundir las muelas
en ella. Siendo ya un adulto y pensando en aquel suceso, caí en la cuenta que
me había estado intoxicando yo solo con el plomo; porque aparte de la
intervención del médico, se sumó la del chatarrero del barrio que me compró a 2
ptas. el kilo, el plomo que había acarreado desde Linares de Riofrío a
Salamanca. En total gané 26 ptas. por los trece kilos de veneno que casi me
matan.
Y DESPUÉS...
Continué con mi calvario de mal estudiante, mi padre
me matriculó en los Salesianos donde seguí suspendiendo, hasta que al curso
siguiente me matriculó en el instituto Fray Luís de León de Salamanca. El
cambio fue importante, no es que mejorara mucho mi rendimiento escolar, que
algo mejoró, pero el ambiente laico me hizo sentir mucho mejor.
Paralelamente al instituto mi padre me matriculó por
la tarde en la escuela de San Eloy, para que aprendiera dibujo lineal y no
tuviera tiempo libre para golfear, que era lo que más temía de mí, dado mi
currículum. Afortunadamente el dibujo geométrico me fascinó, ayudó a ordenar un
poco mi caótico cerebro, y me dio la seguridad de que en algo no era un
perfecto inútil. Después hice F.P en delineación con brillantez, para
posteriormente comenzar estudios de aparejador, donde volví a fracasar como en
los viejos tiempos, y el cielo volvió a oscurecerse para mí, una vez más.
Desesperado en Granada donde vivía en ese momento, y
mientras iba perdiendo el curso, me dediqué a mi afición fotográfica que
también me servía para ganar algún dinero.
La fortuna
hizo que alguna de mis fotografías fueron vistas por una vieja pintora alemana
que insistió en conocerme para decirme que yo debía dedicarme a la fotografía,
y que en Alemania estaba la mejor escuela de Europa en ese momento. Como no
tenía nada que perder, me fui a la aventura sin dinero ni idioma, de emigrante
ilegal, y tras muchas peripecias conseguí el dinero, el idioma y el ingreso en
aquel famoso centro. Finalicé los estudios superiores en fotografía con una
media de sobresaliente. Volví a Granada donde comencé como profesor en la escuela de Artes y
Oficios y posteriormente pasé a la facultad de Bellas Artes. En paralelo he
desarrollado una vida profesional como fotógrafo documentalista.
Y así hasta
hoy...
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LA
CASA DE LOS ALEMANES.
Feliciano González
García.
Recuerdo
“la casa de los alemanes”. ¿Qué era realmente la casa de los alemanes? Me lo he
preguntado después muchas veces… (¿Quizá el refugio de una familia nazi que se
ocultó allí tras la guerra?). Era una casa de construcción nueva, aislada en
mitad de la sierra, a medio camino entre las Peñas del agua y el pueblo. Estaba
abandonada, pero asomándose por la ventana de veían muebles y enseres perfectamente
ordenados, como si los inquilinos
acabaran de marcharse. Había muchos libros y también humedad, silencio y
misterio. Se podían fabular historias extraordinarias…
En
Linares llovía mucho (o así lo recuerdo yo) y cuando llovía no se podía salir a
la calle, y estábamos más alborotados de lo normal, y se iba la luz, y hacíamos
mucho el gamberro... Una tarde de jueves lluviosa, de aquellas en las que
estaba “prohibido” salir al patio y las pasábamos “obligatoriamente” en los
futbolines de la torre sur (todo siempre
estaba prohibido o era obligatorio, no había resquicio para la iniciativa
personal). Bueno, decía que como eran ya muchos días lloviendo, una tarde de
jueves Don Martín nos propuso, a otros dos y mí (no recuerdo quiénes eran los otros dos),
salir a la calle y subir hasta las Peñas del agua ¡lloviendo!. Al llegar a la
casa de los alemanes nos acercamos, nos asomamos por la ventana y, por
iniciativa de D. Martín, forzamos una ventana y nos metimos dentro. Estuvimos
muy poco tiempo: revisamos libros, registramos cosas y nos marchamos.
Regresamos al seminario totalmente empapados y felices: ir a cambiaros al
dormitorio y no lo contéis a nadie, nos dijo D. Martín.
¡Este
es un gran recuerdo! Se condensaron en un rato todas las transgresiones
posibles en aquel lugar de normas, prohibiciones y obligaciones infinitas:
salir a la calle lloviendo, abandonar el recinto del seminario sin permiso,
forzar una casa, ir a los dormitorios fuera de hora… todo sin que nadie se
enterase y con la complicidad activa de un cura. Sin sentimiento de culpa, sin
tener que confesarse siquiera… ¡Imposible pedir más!
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LA
PASTA POLÍGRAFO.
Juan
José Rodríguez Herrero.
¿Y antes de las fotocopias, qué?
Cuando entraste en
Linares no había fotocopiadora (y si no se hubiera inventado tendrías menos
tochos de folios sin leer que guardas sin saber para qué), pero sí existían las
copias.
Eran de tres tipos.
Unas copias se hacían
con la “vietnamita”, (cliché, rodillo y tinta); otras con la “churrera” (cliché
y manivela). Ambas eran caras porque el cliché era caro, había que “picarlo” a
máquina y si te equivocabas había que darle con el corrector rojo. La
“vietnamita” era muy guarra y te ponías las manos asquerosas, y no había
guantes. La “churrera” estropeaba muchos folios, y era tiempo de miseria. Por
eso lo más utilizado era la pasta polígrafo, de la que salían las folias o las
cuartillas escritas en un atrayente color malva.
La pasta polígrafo era
como más personal, y cada cura tenía su bandeja propia. ¿Cómo se hacía la pasta
polígrafo?
Fórmula:
Agua
(mejor caliente) 500 gramos
Azúcar
(mejor cande) 500 gramos
Gelatina 190 gramos, o más si no se
solidifica
Glicerina 1000 gramos.
Preparación:
En
una vasija “al baño maría” en la cual se han puesto los 500 gramos de agua se
echa el azúcar, y una vez disuelta el azúcar se echa la gelatina.
Cuando
todo lo anterior esté en un perfecto fluido, se añade la glicerina, y se deja
unos minutos más en el “baño maría”.
A
continuación el caldo se vierte en una caja de lata dispuesta para ello, y se
deja solidificar. Una vez solidificada se halla en condiciones de ser empleada.
Tanto
la “vietnamita” como la “churrera” se guardaban en el cuarto desde el que se
ponía la música, y allí, junto a varias latas para hacer la pasta polígrafo,
había copias de cómo hacer y utilizar la “pasta polígrafo”. Una se vino conmigo
y la he encontrado.
PD/.-
Ya no hay máquinas de escribir con cinta “hectográfica” –ni máquinas de
escribir--, pero también te podemos pasar la fórmula para hacer la tinta y cómo
usar la pasta si tienes el capricho. Y
no terminamos de ver claro si la pasta polígrafo era señal de miseria o era
muestra de inventiva.
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MI
DIVERTIDA CONFIRMACIÓN.
Mariano Barragán Gómez.
Ya
no recuerdo qué año fue, pero los cronistas del evento seguro que sí lo saben. Fue el año en
que nos confirmamos, cuando recibimos el sagrado sacramento de la Confirmación.
No recuerdo ni qué obispo fue, creo que D. Mauro, que nos dedicó uno de los
primeros actos religiosos importantes de su apostolado en la diócesis.
Y si para él era uno de los actos
importantes como obispo, para mí fue uno de los momentos más inolvidables de mi
efímera existencia.
El escenario elegido era la capilla
de los mayores, en el seminario de Linares, claro. Antes de comenzar la
ceremonia fuimos convocados a la capilla para preparar el acto, el ilustre
“armonionista” Miguel Angel Calle Carabias, Carabias por entonces, y el que
suscribe, como “entonador” de cánticos religiosos, a quien todos distinguían
por mi apellido, Barragán.
Después de una breve sesión de
calentamiento, la programación del evento estaba más o menos controlada.
Entonces, ante la inminencia del acto, me comunicaron que yo sería el primer
confirmado para no tener que cortar la ceremonia una vez empezada. Y, dicho y
hecho. Entra todo el mundo en la capilla, se hace un silencio sepulcral y
accede al altar su ilustrísima el Sr. Obispo, sentándose en el sillón que le
habían preparado para el efecto.
Pero, hete aquí, que alguien no
había hecho bien los deberes y no se había calculado bien la distancia que
había entre el fiel postulante del sacramento, que ponía su rodillas dobladas
en un cojín tirando a rojo con bordes de hilos de oro, y el alcance de la mano
sacra que te atizaba en el rostro para consumar el sacramento.
A una indicación del maestro de
ceremonias, me clavé de hinojos sobre el mullido cojín cerca del borde de la
tarima de madera que cubría gran parte de la zona del altar, (como todos
recordarán) pero quedé bastante lejos del prelado, con lo cual estábamos muy
separados. El maestro de ceremonias me hizo señas para que me adelantara hasta
el Sr. Obispo, los tres o cuatro metros que nos separaban, y yo, ni corto ni
perezoso empecé a arrastrarme de rodillas con el cojín en su sitio y con unos
movimientos de cadera ajustados que era maravilla ver aquel movimiento. Pero no
llegaba nunca y encima se me ocurre mirar para el organista, Carabias, que al
ver mi azoramiento le dió por
escojonarse. Yo al verlo muerto de risa intentando disimular aquella alegría
contagiosa, fui presa del nervio y empecé a generar otra risa interna, de esa
reprimida, que si puedes, que si no puedes pararla y que al final se resume en
unos sonidos guturales obligados… e interminables. Hasta
el maestreceremonias se reía. Al final
llegué a mi destino, fui felizmente confirmado y apadrinado por el Sr. José, el
compañero de Florindo.
Me levanté, me puse junto al
armonio, y con las indicaciones de Carabias comencé mi tarea de entonar hasta
que se confirmaron todos.
Y así, más o menos, he recordado
durante muchos años el momento de mi
divertida Confirmación.
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Dice Fabi que si os acordáis de D. Jesús, aquel
cura alto, con gafas, cargado de hombros… Pues ese era el que decía: “Hoy
tomaremos dos horinas de estudio y un cuarto de horaza de recreo”.
Y también pregunta si os acordáis de aquello que
se cantaba: “Antes comíamos lentejas los domingos
“pa” cenar (bis) y ahora ya comemos pipos, y ahora ya comemos pipos, hasta “pa”
desayunar”. ¡¡¡Tiempos aquellos!!!
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IN MEMORIAM.
Durante estos días que hemos estado recogiendo documentación para elaborar el blog, nos hemos encontrado con listas y fotos en las que aparecen compañeros, de los que no sabemos por dónde andan, qué habrá sido de su vida... Y de algunos que sí sabemos que ya no están con nosotros, que han fallecido -incluso alguno hace bastante tiempo-.
En este momento, que nos disponemos a publicar el blog, queremos tener un recuerdo para ellos y un fuerte abrazo para sus familiares. Igual que nosotros, ellos también son protagonistas de esa historia que compartimos durante unos cuantos años y, por lo tanto queremos que también, de alguna manera, estén presentes en las actividades que llevemos a cabo durante este 50 aniversario.
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