QUÉ QUIERES CONTAR


 En memoria de Fabi
(Fabián Hoyos Guinaldo)

JOSÉ LUIS PUERTO

            Hay una fotografía, tomada en los inicios otoñales del curso académico 1963-64, en la escalinata del Seminario Menor de Linares de Riofrío, en la que, en la hilera inicial, abajo, a la derecha, hay dos muchachos albercanos que inician sus estudios de bachillerato, están uno al lado del otro: uno es Fabi (Fabián Hoyos Guinaldo), el otro soy yo.
            Bien mirado, esa fotografía es un resumen o compendio del mundo. Allí, en ciernes, está toda la diversidad de la vida humana. Si pudiéramos hurgar y conocer las derivas vitales de cada uno de los muchachos (y de los adultos) fotografiados, nos daríamos enseguida cuenta de que ese grupo humano alberga y sintetiza la esencia del existir.

            Esos dos muchachos albercanos –ahora escribimos en memoria de uno de ellos: Fabián Hoyos Guinaldo– tuvieron no pocas vinculaciones en la niñez y en la adolescencia. Después vivirían en un cierto desencuentro, o en un cierto alejamiento (siempre dentro de un implícito afecto mutuo que, como una brasa, seguía ahí encendido; y sé, estoy seguro, que esa brasa la mantuvimos siempre encendida los dos). Porque –como dijera el apreciado filólogo Manuel Alvar– la vida nos zarandea y acabamos siempre lejos de lo que amamos.
            Pero esos dos muchachos fueron monaguillos en su pueblo y compartieron no pocas experiencias juntos. De hecho, en el cursillo de ingreso, en el verano de 1963, en los fuegos de campamento, los curas les gastaban una broma a ambos muchachos amigos, a través de una copla: “La torre de La Alberca / no la puedo olvidar, / porque en ella fumaban / José Luis y Fabián.” José Luis y Fabián, que nunca habían fumado (quien esto escribe jamás lo ha hecho), ante aquella broma, se enfadaban. Y todo quedaba ahí.
            Juntos –porque la necesidad familiar obligaba– trabajamos, en el verano de 5º de bachillerato, en el asfaltado de la carretera de La Alberca a Mogarraz, en una extenuante jornada diaria de diez horas, en la que, a los adolescentes, se nos pagaba a cinco pesetas la hora y a los hombres a diez.
            Otra de las experiencias era la de los baños veraniegos, tras salir del rosario los domingos por la tarde, en el charco de la Arroluevo, cercano al caserío de La Alberca. Y mil andanzas más que aún guardamos en esa memoria cordial, en la que siempre queremos tener a Fabi, pese a tantos desencuentros posteriores.
            Ahora –en la tan cercana fecha del 29 de diciembre del recién terminado 2017–, Fabián Hoyos Guinaldo, Fabi, se nos ha ido, se ha adelantado, atravesando el umbral hacia ese territorio del misterio a donde vamos todos. Y se ha ido unos pocos meses antes de cumplir los 65 años. Faltará físicamente a la celebración que realizaremos los albercanos y albercanas nacidos en el mítico 1953. Pero estará allí con nosotros de algún modo.
            Como tampoco faltará nunca de esa fotografía, ya tan lejana, en la que, en los inicios de aquel curso de 1963-64, alguien dejó constancia visual de los inicios de la andadura vital de unos muchachos salmantinos allí plasmados.
            Las brasas de la memoria cordial seguirán siempre encendidas.


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RECUERDOS DE UNA HISTORIA COMÚN.

Rafael Poveda Díaz

Desde Cádiz, casi desde África, cuando el 2013 declina os recuerdo con afecto y cumplo con la idea  de dejar constancia escrita de algunos recuerdos, opiniones, sensaciones y “huellas” que tenemos cada uno de nosotros de aquellos años en los que convivimos, recién iniciada la adolescencia, según comentamos en la comida de Linares (junio 2013)

Desde aquí felicito y agradezco enormemente a los compañeros de la “sección salmantina” por el empeño y la dedicación que han puesto, así como por el acierto que han tenido en la recuperación y celebración de una parte significativa de nuestra historia personal y colectiva (en gran medida somos fruto de la misma historia). Creo que la edad que teníamos y el contexto de aquella España tan rural y tan, tan, tan… de la década de los sesenta, tan diferente a la actual,  convierten en más relevantes estas vivencias.

Desde hace tiempo, aunque de forma anual e intermitente, viajo a Salamanca por Navidad por lo que he seguido manteniendo contacto con un amplio grupo de nosotros. Para aquellos a los que hace más de cuarenta o cuarenta y cinco años, que “no nos vemos las caras”, os sitúo:

Mi vida laboral siempre estuvo ligada a la enseñanza y la formación de profesores. Al acabar la licenciatura de Historia en la universidad en el 1975 trabajé en centros educativos de Ávila y Salamanca; En el curso 1981-1982 aterricé por concurso en la Bahía de Cádiz y aquí continúo desde hace 32 años.

Me jubilé en 2011, al finalizar el curso, sintiéndome afortunado porque laboralmente trabajé en lo que más me gustaba y, utilizando una analogía muy gaditana, evité la rutina laboral con una “bandejita de pescaito frito”, es decir, trabajé con colectivos diversos, dentro y fuera de las aulas.

Me identifico con muchas de las anécdotas que habéis descrito; en varias de ellas estuve presente. A bote pronto recuerdo el impacto y, al mismo tiempo, el acojono de ver por primera vez el mar en Aveiro. Los bancales que descubrí en la excursión a Arenas de San Pedro. El trío que formé, maracas en mano, con Mariano Barragán y Ángel Castilla para cantar “Guantanamera” en el salón de actos o los dúos con M. Barragán en las misas (él los altos, yo los bajos) con A. Carabias al armonio. Las lecturas colectivas en las clases de D. Martín (Anselmo leyendo “Robinsón Crusoe”)...

Pero lo que yo quiero destacar (es posible que en algunos aspectos discrepemos), son aquellos valores que considero “mamamos” en aquellos años, a veces por convicción, otras por ósmosis. Aunque al ser una palabra polisémica, el concepto valores está lleno de significados con frecuencia contradictorios dependiendo de quién y en qué contexto se utilice. Me atrevo a enumerar aquellos que, al menos a mí, me marcaron a lo largo del tiempo:

1.   El esfuerzo y la constancia.
2.  La disciplina y los hábitos de trabajo (horarios, estudio, deporte, aseo...)
3.  La colaboración y la solidaridad (“Amigos Siempre”. Yo era del equipo de “Los cocodrilos”...)
4.  La competitividad sana, “sin dopaje”(olimpiadas, campeonatos, caminatas, concursos...)
5.  Deporte y salud. (queda dicho)
6.  Amor y contacto con y por la naturaleza. (en mi caso se desarrolló en aquel tiempo una enorme sensibilidad  por el paisaje, los colores, las formas, los sonidos...)
7.  Desarrollo de la creatividad (pintura, escultura, pirograbado, música...).
8.  Compromiso social.

Podría y podríamos enumerar otros valores pero, en síntesis, considero que lo más valioso en nuestra formación de aquellos años fue el pertrecharnos de un código ético que, aunque a veces no explícito del todo, fue la base de posteriores desarrollos.

En tantos años es cierto que hubo claroscuros y que, afortunada y saludablemente tendemos a quedarnos con los claros y a olvidar los oscuros. En mi caso, aguanté hasta “preu”. Por desgracia uno de esos años fue especialmente “oscuro” porque lo pasé casi entero en el hospital.  con los ojos tapados por desprendimiento de retina debido a un balonazo de Froilán; y otras tres intervenciones más: “quiste congénito de mediastino”, “apendicitis” y “sinusitis”. Por fortuna, finalmente “escampó”.

Agradecido de haber formado parte de una historia común. Un abrazo para todos y amigos siempre.

Un abrazo y salud para todos

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MEMORIA.

Antonio Arranz

Hola: Soy Arranz. No estoy en vuestras listas porque no era de vuestro curso, aunque fuera tan nuevo en Linares como vosotros el día que llegasteis a empezar primero. 

He estado ayer con Pedro Romero y me ha contado lo que habíais hecho. Incluso creo, según me ha dicho, que algunos me recordáis. Es fantástico, que hayáis conseguido reuniros  después de tantos años, y que algunos aún se acuerden de aquello:"cuando arran se queda sin pan..." 

No sé si conocéis la historia, o si alguna vez la habéis conocido. Yo llegué a Linares a tercero,  procedente del gulag del seminario de Ciudad Rodrigo. No sé cómo o quién me dirigió hacia allí, pero después de haber vivido "en el frío" durante dos años, la acogida de Linares me pareció la gloria, aquella gloria que antiguamente se construía en las casas para calentarlas en invierno aprovechando los despojos que la vida diaria producía: paja de las cuadras, restos de maderas, sarmientos de la poda..., ya sabéis, rudimentos de calefacción que conseguían una confortable zona protegida de puertas adentro.

A Pedro lo encontré, después de no haberlo visto en mucho tiempo, hace más de treinta y cinco años en el pueblo de mi mujer, donde él llegó a ocupar una plaza de médico rural y donde se hizo muy amigo de uno de mis cuñados. Fue una alegría encontrar a un antiguo compañero, aunque a decir verdad, durante mi único año en Linares no habíamos tenido una gran relación  con él. A fin de cuentas yo era dos cursos más viejo y estaba muy ocupado haciéndome sitio entre mis nuevos colegas. Tampoco hubo lugar suficiente para esto porque a mitad de curso, D. Jero me habló del Maestro Ávila, y curiosamente dos vecinos del lugar de residencia de mi familia entonces, Plasencia, eran alumnos de allí. Así que al curso siguiente me fui a la calle Fonseca.  Durante varios años Pedro y yo nos vimos de vez en cuando y en el año 90, creo, coincidimos en el mismo lugar de trabajo, un centro de salud de  Cáceres, (yo soy enfermero),  en el cual hemos trabajado hasta mi jubilación hace tres años.

Vosotros habéis estado juntos los años buenos, y tenéis muchas fotos. Seguramente yo estaré en algunas de conjunto de toda la población de aquel caserón, que entonces me pareció espléndido y que no he vuelto a ver. Mis recuerdos de allí son entrecortados, pero no han perdido color, aunque tienen polvo, casi seguro. Recuerdo con absoluta nitidez la primera entrevista con D, Jerónimo en su despacho; las clases de gimnasia de D. Marciano, con aquellos meyba que tan bien describís y sin ropa interior, en el patio central cubierto con diez centímetros de nieve alguna vez; aquella carrera casi loca, escaleras abajo, para llegar a las duchas antes de que se acabara el agua caliente de los termos, y que a mí nunca me supuso problema porque en el gulag sólo conocíamos el agua fría. No he aprendido a ducharme con agua templada hasta después de cumplir los cincuenta. Recuerdo con precisión a D. Juan, a quien llamaban los mayores, y nosotros por resonancia, Platanito, por culpa del pinganillo para sordos que llevaba saliendo de la oreja. Y a Martín Rojo, siempre "jharé, jharé" que dicen en mi pueblo extremeño; y a Jafet, con su "la mayor" siempre presto y sus sesiones de audición musical, y Revilla, (se llamaba Pedro?); a D. Paco, el profe de matemáticas: fracasamos los dos, yo no aprendí matemáticas y él no fue capaz de enseñármelas, aunque lo comprendo, él enseñaba para Chufi, que casi nunca necesitaba estudiar. Me acuerdo de Chuané y su mantequilla; de D. José Antonio... Me acuerdo de Tapia, de Tolín, de López, de Petisco, de Polo,  todos futbolistas del equipo del curso; y de Aguado, aunque era de otro curso mayor, y de Osés, el atleta por excelencia. Recuerdo a Alejandro, siempre con su navajilla tallando muñecos ,o yo qué sé, en los palos que encontraba en el patio; a Ramón , al que una noche casi se lo comen los chinches que habían dejado detrás de la tapia trasera del seminario los gitanos acampados allí un par de días antes, (esa fue la versión oficial y nunca me ha dado por pensar que pudiera haber otra); a Calvo, siempre perdido en los cuartos de los pianos, y siempre tan despistado que no se enteraba, o nos hacía ver eso, cuando le poníamos en la cuchara cáscaras de la comida mientras él medía sus compases al llevarse la cuchara a la boca.  Pero he perdido los nombres y las caras de todos los demás.


Me ha dicho Pedro que aquello está medio abandonado. Lo que son las cosas: en otro país ese sería lugar para  un centro de estudio de alto nivel, sólo por el entorno, y estaría lleno de niños pijos. 

En fin, todas las cosas tienen claroscuros pero de ese lugar sólo recuerdo los claros. Aprendí cosas de las que me di cuenta años después, cuando empecé a andar verdaderamente solo.

Un saludo muy cordial para todos. Ha sido un verdadero placer ver las fotos y los escritos, y tener un motivo para recuperar los recuerdos.



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EN BUSCA DEL SENDERO PERDIDO.

Manoli Villanueva Lorenzo.

Erase un estupendo día de primavera cuando un grupo de amigos, movidos por la misma ilusión deciden visitar la cueva de las Quilamas. Inician la marcha desde Navarredonda. Antonio (Pillín) y Manoli deben llevar sus coches acompañados de Angela y Adolfo, la finalidad es llevar todo el avituallamiento, y a la vez esto les exime de hacer tanta marcha, pues están un poco perniquebrados. Tienen un punto de encuentro con el resto del grupo a mitad del camino, y al igual que en las leyendas de la zona se le aparecen la reina Quilama y su esposo ataviados con sus atuendos de moros y acompañados de una música que invita a bailar en pleno campo, incluso hasta la danza del vientre. Esta sorpresa junto con alguna vianda les motivan para seguir su camino. Adolfo y Seve  dirigen la marcha. Una vez en la cima contemplan un paisaje indescriptible  visto desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales. La mayoría  deciden bajar a la cueva, pero alguno por miedo, vértigo, cansancio o incapacidad,  comienzan despacio su regreso. Antonio y Manoli  deben recoger sus coches y reencontrarse  de nuevo con los demás  para así disfrutar de una comida campestre.        
Matorrales, jaras, piedras, senderos… ¿cuál sería el de regreso? Comienzan el descenso por uno de ellos con demasiada pendiente, suben un tramo queriéndose asegurar que es el camino correcto. Manoli  ve una piedra y asegura que le sirvió de asiento en la subida a Angela y a ella. Antonio duda, Manoli se preocupa pues su compañero de fatigas le confiesa que su sentido de la orientación es nulo. Los dos pensaban en silencio qué sería  de ellos sin ser rescatados, y sin agua ni comida (gracias que Paz nos había incitado a comer  siete almendras).    Lo único que la naturaleza nos ofrecía  era brezo, tomillo, romero, que serviría mejor como aderezo de alguna carne y no como primer y único plato. Pero con tanta pendiente..., como para salir corriendo en busca de algún conejo, por ejemplo...
Y en medio de ésta incertidumbre !Milagro¡  Aparece su salvador, Adolfo, que viene de encaminar  a una parte del grupo. Ya los tres juntos sanos y salvos  regresan a sus coches  no sin alguna carcajada, y con las repetidas disculpas  del varón a la dama por no haberla sabido reconducir por el buen camino.
Por cierto, a Antonio le llaman Pillín; Manoli aún piensa si no pudo ser una de sus bromas  y colorín  colorado, que esta anécdota hecha cuento ha acabado.


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CHANIN

José Manuel Agustín García

Durante el curso de primero, algunos días a la semana, tras  el primer descanso de la tarde y después de haber recogido varias veces el balón de la “garbancera” teníamos clase de Geografía de España con Chanín.
D. Sebastián era el ecónomo del seminario, un cura rollizo, “bon vivant” y con malas pulgas, catalán por más señas. Y  era el terror de todos nosotros, pipiolos acabados de llegar del pueblo y arrancados a edad temprana de nuestras familias.
Recordaréis que estudiábamos las comarcas y los pueblos principales de cada provincia (Burgos: la Lora, la Bureba y la Campiña del Arlanzón). Pero lo que era imprescindible para aprobar, era saberse los pueblos de la Costa Brava en su orden y de norte a sur, si no los sabías, no aprobabas (Rosas, Palamós, Playa de Aro, Sant Feliu de Guisols, Tosa de Mar y Lloret de Mar).
El primer día del curso y a causa de que yo era siempre el primero de la lista (Agustín) me sacó a decir la lección y,  claro, no me la sabía. Fue uno de los momentos más duros que tuve que pasar durante aquel primer año en Linares.

Creo que a todos nos costó la adaptación. A mí sé que me costó especialmente pues nos repartieron las camas por estricto orden de lista. Mi cama quedaba al final del pasillo, detrás de los ya veteranos de segundo y junto al último de su lista que era Zapatero.
A la noche, ya con las luces apagadas, a veces lloraba. Pasaba D. Pedro, encendía un momento la linterna y me preguntaba cómo estaba. Siempre contestaba, “todo bien”.
Ya en segundo curso, Chanín no nos daba clase y mi cama estaba entre las de los demás compañeros, con lo cual las cosas mejoraron para mí.

EL CINE

Una de las cosas que mejores recuerdos me traen de aquella etapa de mi vida, (y supongo que a vosotros os pasa lo mismo) es el cine que veíamos los domingos por la tarde después de la exposición y de cantar el “Pange lingua”.

Vimos grandes películas que suponían un acontecimiento especial (Ben Hur o Barrabás). Alguna como “Duelo en el barro” la cortaron a medias por demasiado escabrosa. En otras nos enamorábamos de la protagonista que era de nuestra edad “Tú a Boston y yo a California” Claro… algunos se enamoraron más (Castilla, Domingo) que otros.
Durante los cursos de 3º y 4º, no recuerdo bien, D. Revilla ponía los lunes en el tablón de anuncios del pasillo, unas preguntas sobre la película del domingo. Las preguntas versaban sobre el director, los protagonistas, el productor, los valores humanos o religiosos etc.
Mi paisano Bárez y yo nos asociamos en el negocio, desarrollamos una técnica para contestar, acertar las respuestas y repartirnos las ganancias. El siguiente domingo antes de la proyección en la sala de actos, D. Revilla llamaba a los ganadores para darles el premio en metálico. Muchas veces fuimos nosotros.
Ya en Calatrava alguna vez salíamos a ver alguna película de estreno al Bretón o al Salamanca. Allí vimos “Un hombre para la eternidad” o “Mari Popins”.
Pero el mejor recuerdo a este respecto es la “Semana de Cine” que se hizo en quinto curso.  Durante una semana suspendieron las clases de la tarde y los alumnos y alumnas de varios colegios de Salamanca fuimos a los Escolapios de allí al lado para ver una película a la que también acudía el director o algún actor.
Vimos buenas películas como “La caza” de Carlos Saura,” La tía Tula” de Picazo o “Nueve cartas a Berta” de Patino.
Alguno de esos días estaba sentado al lado de Barragán y delante teníamos tres chicas de la Teresianas de la Plaza de Colón. Mariano ya mismo estaba intentando ligar con ellas.

Estas vivencias y otras  quedan en el recuerdo. Como cuando algunos (José Ignacio y yo) salíamos “de extranjis” hasta el quiosco de al lado, en la misma calle, para cambiar, por una peseta, las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía que tanto nos gustaban; o, después de cenar, dábamos vueltas al claustro jugando a recordar las obras de tal autor que estudiábamos en el libro de literatura de Lázaro Carreter.
Estudiamos mucho latín. ¡Lástima que se olvida! Habíamos traducido el “De Amicitia” de Cicerón o “La Guerra de las Galias” de Julio Cesar. De todo aquello solo me queda cierta afición por el mundo clásico y el dicho que a veces decíamos: ”Quousque tanden abútere , Catilina, patientia nostra?

De todas formas creo que para mí, que estuve 6 años en el seminario, fue una etapa fructífera de mi vida, estudié bastante y recibí una educación y un sentido del trabajo que me ha servido a lo largo de la vida. Ahora, visto desde esta época, me parece que los curas que nos tocaron en suerte, eran de lo más liberal para los tiempos que corrían. Influencias del Vaticano II.

NOTICIAS DE MI VIDA

Me fui del seminario cuando nos examinamos de 6º y reválida en el Instituto. Hablé con D. Ángel y le planteé que no quería volver al curso siguiente, que lo había pensado bien y eso de ser cura no era para mí.

El curso siguiente, empecé 1º de Magisterio y entonces sí que tuve problemas con las matemáticas de conjuntos pues todos nosotros éramos más bien de letras. En tres años acabé la carrera y me vine a Barcelona, donde rápidamente encontré trabajo de maestro. Esto, en aquella época, estaba lleno de maestros y profesores castellanos y gallegos. Ahora hay muchos valencianos.
Después, a raíz de la autonomía y de la exigencia del catalán, muchos regresaron (Bárez, Sanpedro o Ignacio Polo, el alcalde de Linares) otros encontramos  la media naranja y nos adaptamos, aprendimos el catalán, hemos echado raíces y aquí seguimos, seguro que para siempre.
Escribo desde Sant Feliu de Llobregat donde vivo. Estoy jubilado desde hace un año. He trabajado siempre de maestro en la enseñanza pública durante casi 40 años, (cómo pasa el tiempo) y siempre en los primeros cursos de primaria. Me siento orgulloso de haber enseñado a hablar, leer y escribir a muchos niños de 6 ó 7 años tanto en catalán como en castellano.
Durante tres años me nombraron a dedo director del centro porque no había candidatos voluntarios. Cuando pude dejé un cargo que no me gustaba.

Me había preguntado muchas veces qué sería de aquellos compañeros que conocí en Linares. Siempre sin respuesta. Solo sabía de José Luis Puerto, por la wikipedia y por  sus libros.
Me quedé muy sorprendido y contento cuando me llamó Adolfo.  Esto fue al mediodía. Estuve toda la tarde leyendo la página de Amigos Siempre 63.  Gracias a Seve, Juanjo, Adolfo y los demás que hayan colaborado. ¡Cuántos recuerdos!
Ahora leo vuestras salidas por la Sierra Quilama. Aunque me gustaría acompañaros, me conformo con caminar por la “Serra de Collserola” que está aquí al lado.
A veces, en vacaciones, voy a Salamanca donde viven mis padres y hermanos por lo que espero que nos veamos tanto en junio como en octubre. Entretanto me mantendré informado a través de la web.

“Salut i una forta abraçada

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AMIGOS SIEMPRE

José Luis Puerto Hernández.

Medio siglo no es nada. Y, al tiempo, constituye el grueso de cualquier vida.  Esos cincuenta años son los que han transcurrido ya desde el ingreso, allá por octubre de 1963, en el seminario Menor de Linares de Riofrío, de una promoción de muchachos, apenas salidos de la niñez, en su gran mayoría procedentes del medio rural salmantino, y llenos al tiempo de ilusiones, temores y esperanzas.

Sus padres los enviaban al seminario no tanto para que terminaran siendo sacerdotes, sino para que se abrieran camino en la vida a través de horizontes más amplios de los que el agro salmantino tenía y ofrecía por entonces y, a la vez, para que adquirieran una cultura y unos estudios que la gran mayoría de sus progenitores no habían logrado conseguir, debido a razones históricas de sobra conocidas.

Y allá fueron todos, con una aparente homogeneidad, pero sin advertir que el destino personal de cada uno iría siendo distinto a medida que el tiempo transcurriera.Y se fueron tejiendo entre ellos, a medida que la formación transcurría, unos lazos amistosos y humanos que, de algún modo, perviven hasta hoy.

Varios fueron los ejes esenciales de aquella formación que recibieron: una instrucción rigurosa en diferentes materias (sobre todo en las de letras), una práctica del deporte como medio de entrenamiento y de salud, un contacto continuo con la naturaleza (marchas a la montaña, baños en el río Alagón…), una práctica de la creación artística (la entrañable y trágica figura de don Juan…), unos conocimientos sobre música clásica y cine ( a través de audiciones diarias y proyecciones semanales), así como la impregnación de un humanismo cristiano dirigido a un objetivo: el compromiso vital con la sociedad.

De todo aquel puñado de muchachos, ninguno llagó a ser sacerdote. Pero de allí salió un grupo humano formado, que ha ido desarrollando su existir en la docencia, la sanidad, la administración, la agricultura y ganadería…, sin excluir el destino de emigrar por el que han pasado no pocos de ellos.

Hoy, el edificio del antiguo seminario de Linares de Riofrío, sigue ahí varado entre las dehesas y la sierra, como Escorial venido a menos, con su imponente fábrica de muros blancos, con la deliciosa geometría de sus ventanas y la ya estéril vigilancia de sus torretas. Y también como símbolo del existir de unos muchachos, y de esa labor social y religiosa de la iglesia católica para con la provincia de Salamanca, hacia la que nuestra sociedad debiera mostrar su gratitud.

(Publicado en El Adelanto el 2 de mayo de 2013)

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RECUERDOS DE LINARES

Pedro Romero Hernández

Me gusta. Empiezo como termina Severiano (Seve para todos). Salud, mucha salud.

Soy Pedro, perdón, Romero Hernández; pero como en primero, en segundo y en tercero no había ningún Pedro aparte de mí, pues por eso. En cuarto como comenta Juanjo, ya no estoy en la lista. ¡Qué pena! con lo bien que lo pasábamos, descubriendo las Cuevas de Romperropas en Arenas de San Pedro, realizando el Camino de Santigo como auténticos pioneros, o traspasando fronteras para demostrar que ya éramos unos avanzadillos europeístas.

Ayer leí lo de Vicente del Amo. Lo recuerdo del curso 63-64 perfectamente, con los ojos un poco "blefaríticos", como los tenían Luis Felipe y a temporadas Anselmo. Lo recuerdo de verdad. !Ah!, lo de blefarítico lo digo ahora porque soy médico; imaginaos un empollón de Letras que se metió en Selectivo de Ciencias..., lo pase fatal.

Releyendo lo que refieren de Antonio Tomás, yo sí lo tengo en mi memoria, pero también Seve tuvo problemas ese mismo día.

Por cierto que Carmelo Pinto Rodero también era empollón. Cuando nos referimos a nuestro Juanes, recuerdo su “tar-ta-mudeo” sin complejos. Pero hay una cosa que os quiero refrescar, referente a nuestro sonriente Rector don Jerónimo Urdiales Urdiales, en vez de andar, siempre iba o parecía ir bailando ¿no os acordáis? 

Al ver las Listas me acuerdo de muchos, pero no de todos. Espero veros en Junio en Linares, donde a las doce del mediodía cantábamos ante la gruta de la Virgen el “Regina coeli laetare…”, la misma que siempre nos esperaba como dice la canción.

Nada más que daros las gracias por ponernos en contacto para siempre.

Fuerte abrazo a todos.

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SALUDO PARA TODOS LOS “COMPAS”.

Antonio Rodríguez Romo."Chufi chico".

Quiero expresaros mi reconocimiento a los “pilotos” de este proyecto -Adolfo, Seve, Juanjo etc.-  por el trabajo bien hecho, de esta magnífica página, desde la que nos mantenéis en contacto permanente unos con otros, despertando los recuerdos que parecen enmohecidos por el tiempo, pero logrando que vuelvan a aflorar con la sensación de no haber pasado 50 años de nuestra vida, o quizás sí, de aquellos días en los que juntos comenzábamos a  despertar a la dura realidad de la rutina diaria  y a iniciar nuestro camino.

Un abrazo para todos los "compas" de entonces, esperando saludaros en cualquier momento de esta aventura.

Soy "Chufi ", posiblemente os ocurre lo mismo que a mí: los nombres  los reconozco, pero no pongo el físico en su lugar. Es magnífico cuando te reencuentras decir “soy tal”,” yo cual”,  “te acuerdas de...”

Mi paso por el Seminario fue corto, cuatro años. Una Semana Santa, la de cuarto, estando de vacaciones mi madre recibió una nota en la que nuestro insigne rector D. Jerónimo Urdiales, le comunicaba que dada mi "intensa" vocación y para no perjudicar al resto de las vocaciones de los compañeros, no me incorporara de nuevo al curso. Así lo hice. La vida me fue llevando a mi verdadera vocación, perdiendo el contacto con los “compas”.

Pero pasados veintitantos años , una mediodía de agosto en la hora de la calima  más intensa, llama a mi puerta un señor con barbas: -¿Podría decirme cuál es el domicilio del director del colegio?. -Lo siento, está de vacaciones, pero si quieres te puedo llevar al colegio. Me comenta: -Tú eres "Chufi". - Efectivamente, y tú ¿quién eres? -Soy José Ignacio Herrero del Seminario (marca indeleble de calidad). La casualidad quiso que fuera destinado como maestro al mismo pueblo en que yo estaba como médico.
Fue mi reencuentro con él  y a partir de ese momento el inicio de un nuevo ciclo de amistad, con gente olvidada: Seve, Juanjo, Graci , Adolfo, José Ignacio y todas sus familias con los que mi "gente" y yo hemos compartido algunos episodios de nuestra vida desde entonces; posteriormente Julián, Domingo, Juanes (soy su médico de cabecera), Ángel Castilla, etc...

Hemos llegado aquí, por el empeño vitalista sobre todo, de Adolfo y su espíritu del 63. Esperemos no caer de nuevo en el olvido, y esto que ha nacido como punto de reencuentro siga siéndolo por muchos años.

Un abrazo fuerte y hasta que nos reencontremos.

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CURSILLO DE VERANO EN CANDELARIO.

Mariano Barragán Gómez.

Hace poco estuve hablando con Julián González Sierra, haciendo memoria de aquellos días en que estuvimos en Candelario y nos lo pasábamos fenomenal. Decidimos escribir algunos recuerdos para transmitíroslos y que también disfrutéis rememorando aquellos tiempos de hace casi 50 años.

No tengo muy claro si fue el verano anterior o posterior al cursillo que hicimos en Puerto de Béjar, creo que fue el siguiente, en 1966. Aquel año nuestros superiores pensaron hacer algo diferente a los cursillos que hacíamos en Linares y decidieron enviarnos a un campamento regentado por la O.J.E. en Candelario, junto a la Sierra de Béjar. No recuerdo dónde oíamos la misa, pero sí recuerdo que el rosario lo rezábamos por el paseo que iba desde el edificio hasta el pueblo, flanqueado por enormes castaños indios que daban una agradable sombra. Cuando terminábamos el rosario nos cambiábamos y nos íbamos de paseo al pueblo.
Yo iba con Santos Sierra, Julián y alguno más y casi siempre hacíamos el mismo recorrido; al entrar en el pueblo, al comienzo de la calle mayor y cerca de la ermita, había una caseta donde tenían escopetas de feria y recalábamos allí para empezar la sesión de esparcimiento. Nos gustaba disparar con las escopetas para conseguir el premio, que consistía en una copa, tipo vaquerito, de un licor riquísimo. Al principio cada uno disparaba sus tiros, pero al poco nos dimos cuenta que lo mejor era dejar a Julián que disparara él porque así asegurábamos las consumiciones, no fallaba nunca. Así que pronto nos dedicábamos cada uno a su cometido; nosotros a cargar las armas y Julián a disparar. Después, ya contentillos, nos subíamos a la parte alta del pueblo e íbamos a un bar donde dábamos cuenta de una jarra de cerveza con gaseosa, para todos, que terminaba de alegrarnos la tarde. Así, cuando iba acabándose el tiempo del paseo, no teníamos más que abandonarnos a la inercia de las calles, tan en pendiente, y cuando queríamos darnos cuenta ya estábamos cogiendo sitio para cenar en el comedor del Centro.

Pero no todo fueron días de gloria. Y nosotros que éramos gente de espíritu (por eso queríamos todos ser curas), también tuvimos que adiestrar nuestros cuerpos con el esfuerzo y la disciplina propia de aquella organización semi-militar; todos uniformados con pantalón corto, camiseta color carne y unos jefes (Mandos) con gorras, pantalones llenos de bolsillo y camisas azules que trataban de tenernos a raya. Formábamos en columnas, desfilábamos, subíamos y arriábamos la bandera, marcábamos el paso, cantábamos, etc., etc., pero todo aquello no era suficiente para doblegar unos espíritus tan indómitos como los nuestros.

Un día, al alba, cuando nos levantamos y formamos delante de nuestras camaretas (eran las habitaciones donde estaban las literas en que dormíamos), en el pasillo, justo cuando el Mando (aquel día era el tal Emilio Piris Pérez) hacía su recorrido para pasar la revista diaria, no sé qué le dijo Aurelio González Rivas (que dormía en nuestra camareta) a Julián o Julián a él o yo a Julián o a Aurelio, el caso fue que el tal Piris se cuadró delante de Julián y de mí dudando entre si perdonarnos la vida o no, por el gesto tan adusto que mostraba, que a Julián y a mí se nos soltó la risa y no la podíamos parar, sobre todo yo, que no acababa de coger el sentido patriótico de la marcialidad que querían inculcarnos. Y cuanto más nos miraba y menos pestañeaba él, más nos atacaba la risa sorda a los dos reclutas, hasta que, al final, sucedió lo que tenía que pasar; fuimos castigados “al mástil”, a hacer guardia delante de la bandera, para escarnio y pública vergüenza, hasta nueva orden. Así que salimos a cumplir con nuestra sanción y, allí estábamos de pinote los dos insumisos tratando de dominar la risa que aún perduraba, cuando al rato vemos a Juan Bárez, que con paso vacilante se dirigía hacia nosotros y al llegar donde estábamos nos preguntó; ¿ Esto es el mástil? ¿qué hay que hacer? Nada, le dijimos, sólo estarte aquí con nosotros y firme.

No había pasado mucho cuando mis padres se presentaron en el campamento a visitarme (pues mi pueblo está muy cerca de Candelario) y a darme una sorpresa. Y ¡Vaya si me la dieron! En ese momento deseé que la tierra me tragara. A ver cómo les explicaba qué estaba haciendo yo delante de la bandera.

De verdad, que hay recuerdos que se mantienen vivos como el primer día, y con el paso de los años no se sabe explicar el por qué, pero ahí están haciéndote más agradable  el recuerdo de muchos momentos de la vida…
¿Os acordáis de Candelario? Seguro que sí.

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SALUDOS PARA TODOS

Matías García Fraile

Desde el año 63 y según las necesidades  familiares, al ser  el pequeño de una familia de 11 hermanos, he ido pasando de Linares, Salamanca hasta reválida de cuarto, Madrid hasta Preu y vuelta a Salamanca para la carrera en el año 1977. Este mismo año me traslado a Alicante, donde actualmente me encuentro.

Antes de nada quiero trasmitiros la ilusión que me hizo recibir la llamada de Cerrudo y comunicarme el "lio" que traíais entre manos.
Gracias a vuestra iniciativa y a vuestro esfuerzo, se han despertado  en mí una serie de sensaciones y de vivencias -me paso horas viendo  y repasando las fotos identificando las caras, que estaban muy grabadas en la memoria-, que ni yo mismo era consciente de  haberlas vivido.

Por supuesto que  a la reunión de octubre no faltaré. Me gustaría  asistir a alguna de las  próximas convivencias y haré lo posible. No obstante, la próxima vez que vaya a Salamanca, os llamo previamente y podemos vernos.

Gracias por acordaros de mí y os felicito por todo lo que estáis haciendo.

Un fuerte abrazo.
Matías.

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DAÑOS COLATERALES DE SER SEMINARISTA

Severiano Pérez García.

Cuando he ido recibiendo las historias, las anécdotas, los recuerdos de Linares que me habéis mandado para subirlos al blog, me he dado cuenta de que todos hemos pasado por situaciones y sensaciones muy parecidas, aunque las hemos sufrido de manera diferente según el carácter y las circunstancias personales de cada uno.

Recuerdo esa sensación que comenta Juanjo y alguno más de desamparo, de soledad al volver de las vacaciones y quedarte solo en el seminario sin tu familia, lejos de tus lugares conocidos, de las cosas con las que siempre habías convivido, eso que nosotros llamábamos “morriña” (que a mí me recordaba lo que mi madre decía de la gallina que estaba mustia, parada, triste -si es que las gallinas pueden estar tristes-, cuando decía que una gallina tenía morriña) y que quizás pudo llegar en algún momento a las lágrimas o a ponerse los ojos vidriosos, pero no lo recuerdo. Esa sensación de estar tres meses lejos de casa, cuando prácticamente antes no habíamos salido del pueblo,  fue para muchos de nosotros una especie de “destete” que tuvimos que pasarlo y que de alguna manera contribuyó, a la larga, a hacernos más fuertes.

También recuerdo la sensación de “hundimiento” que se producía los domingos por la noche cuando salíamos del cine, todos cabizbajos, en silencio, ante la perspectiva de toda una semana por delante de clases, de latines, de misas, de rosarios, hasta que llegara otro domingo cuando nos liberábamos de todas esas penas con la bolsa de la ropa que llegaba de casa, los partidos de fútbol, las marchas al Cervero, al Alagón, a las Peñas del Agua, el cine...

Recuerdo muchos momentos muy buenos de Linares y de Calatrava sobre todo por los amigos. Pero tampoco tengo quejas por el trato recibido de los curas. Yo no sufrí mal trato ni castigo alguno por parte de los curas de Linares más allá de los “cordonazos” que a veces nos atizaba D. Revilla que siempre llevaba en ristre el silbato con aquel cordón que utilizaba para “invitarnos” a salir, a ponernos en marcha o a correr. Quizás por mi carácter algo tímido y mi escasa propensión a meterme en líos o a armar trastadas que supusieran un castigo, o quizás porque no me pillaron, pero tuve la suerte, que no tuvieron otros, de no recibir castigos.

Sin embrago sí los recibí, físicos (aunque estos creo que fueron sobre todo antes de ir a Linares) y psicológicos, por parte del cura de Robliza, D. Bernardo, por el hecho de ser seminarista.
A D. Bernardo yo quizás tenga que agradecerle el hecho de que se empeñara en llevarme al seminario, porque esa era la única forma que teníamos los de pueblo y con escasos medios económicos de salir a estudiar: estar internos en un colegio y que no fuera caro -además yo tuve la suerte de contar con una beca los cuatro primeros años-. Lo que no se imaginaba él es que a mí la idea de ser cura tampoco es que me agradara mucho. Quizás pensara que con los años me irían comiendo el coco y terminara claudicando, pero exactamente fue al revés, con el paso de los años yo me iba dando cuenta de que aquello a mí no me convencía, y cuando llegó el momento de iniciar una carrera universitaria le dije “hasta luego Lucas”, con gran disgusto para el susodicho cura de mi pueblo.

Exceptuando esto, el resto de las relaciones con D. Bernardo fueron bastante traumáticas por su empeño en tener que hacer lo que él decía y quería en cada momento, y si no, palo.
Mi paisano Rodrigo y yo, cada vez que llegábamos de Linares al pueblo, o cuando se acababan las vacaciones y teníamos que volver a Linares, lo primero y lo último que teníamos que hacer era ir a saludar y a despedir a D. Bernardo, momento que aprovechaba para soltarnos un sermón-reprimenda, sin saber por qué sí ni por qué no, que yo recuerdo de manera traumática y que, por lo tanto, le tenía un pánico que todavía me hace crujir las entretelas cada vez que lo recuerdo. En vacaciones, en el pueblo, hacíamos una vida de semi-cura: teníamos que ir todos los días a misa, al rosario, horas santas y demás celebraciones litúrgicas que hubiera; teníamos que hacer todas las lecturas en las misas, cantar las misas de difuntos, dirigir las procesiones, oraciones y rosarios, oficios de Semana Santa y Vía Crucis, confesar y comulgar (que te lo llevaba por cuenta) y por supuesto, no salir con los “amigotes”, y lo de mirar a los chicas ni soñarlo, “que no me entere yo”.

Pero esa relación de aversión (por lo menos por mi parte) ya venía de antes, pues D. Bernardo era de torta fácil, y de puño fácil utilizado como “capón”, y varias veces se cruzó en mi camino, o mejor dicho, en mi cabeza.

En cierta ocasión, cuando se quitó el altar mayor de la iglesia para cambiarlo por otro de granito y mirando a los fieles, el primero lo colocaron en la sacristía. Allí estábamos los monaguillos esperando para el comienzo de la misa cuando el cura dijo que tocáramos las “muchas”,  que era el penúltimo toque de campanas antes de empezar la misa. Los monaguillos estábamos deseando ir a tocar porque nos colgábamos de la cadena y hacíamos el salto del Ángel cual expertos saltimbanquis, pues la cadena de las campanas estaba en la parte de atrás de la iglesia y no nos veía nadie. Yo tenía el codo apoyado sobre el altar, y al lado un florero de porcelana, hermoso, blanco, impoluto… que, al salir disparado para ir a tocar las campanas, empujé sin querer y cayó al suelo haciéndose mil pedazos. Todo asustado miro hacia arriba y veo acercarse hacia mí una masa enorme (el cura era alto y fuerte), negra (por la sotana y porque yo lo vi así, muy negro), con el puño en alto, que descargó tal capón sobre mi cabeza que me dobló las piernas y durante un rato estuve viendo estrellas y pajaritos revoloteando por encima de mí. Ahora, cada vez que tocan las campanas, todavía me acuerdo de aquel capón y me entra dolor de cabeza.

En otra ocasión, alguien le había contado que habíamos perseguido a las chicas y les habíamos lanzado petardos. Entonces el cura nos llamó a capítulo y nos colocó en el centro parroquial, junto a la pared, en fila, para empezar a abofetear al que estaba más cerca de la puerta, que salía para la calle rascándose la cocotera como alma que lleva el diablo. Cuando llegó a mí, me dio la bofetada en una mejilla, pero no estaba dispuesto a poner la otra, y me agaché en el momento que su mano ya volaba hacia mi otra mejilla de manera que le pegó tal manotazo a la pared, que era de cemento y raspaba como lija, que empezó a echar sangre por los nudillos como un cerdo. Yo salí disparado por la puerta y no volví por allí en unos días por si acaso se le ocurría seguir con la faena que había dejado a medias.

Todo esto a mí me traía a mal traer y esperaba la ocasión para poder vengarme de alguna forma, aunque por mi condición de enano frente a aquel corpachón, no se me ocurría que pudiera ser algo que tuviera cierta relevancia. Y esa ocasión me llegó en forma de vaca, sí de vaca, con cuernos.
 Tenía mi abuelo una vaca mixta, que era misógina, de tal manera que mi madre y mis hermanas tenían que tener un cuidado enorme porque cuando salían al corral y la vaca las veía, les embestía como un toro bravo, lo mismo que a cualquier mujer que llevara faldas, motivo por el que ya, y por precaución, tenía los cuernos muy recortados.
Un día había llevado yo la vaca a las afueras del pueblo, por el camino que sale hacia Quejigal, para pastar la hierba que salía en los bordes del camino. Mientras la vaca pastaba yo estaba jugando con mis amigos no muy lejos de donde estaba el animal por si se acercaba una mujer y pudiera provocar un percance. En estas estábamos cuando por la esquina de la última casa del pueblo aparecen D. Bene, el cura de Quejigal, y D. Bernardo,  que iba a acompañarlo hasta mitad del camino. Yo los vi de lejos y no pensé que pudiera haber peligro alguno al ser dos hombres. Pero la vaca que no debía distinguir muy bien entre lo que eran unas faldas y una sotana, les embistió como un tren, pillando a D. Bernardo, revolcándolo en el barro y propinándole una buena paliza, además de hacerle varios girones en la sotana, de tal manera que durante muchos días después de esta cogida D. Bernardo estuvo diciendo misa concelebrada acompañado por varios “cardenales”. Y yo tan contento y tan satisfecho porque una vaca había hecho lo que yo no había podido hacer, pero sí había deseado muchas veces.

Después de los años, lo volví a ver alguna vez por Salamanca, ya muy mayor, con el pelo blanco y con un tembleque, no sé si de Parkinson u otro tipo de enfermedad parecida, pero nunca me acerqué a preguntarle por su salud, sino todo lo contrario, me entraba un malestar por el cuerpo que me daban ganas de embestirle yo también. Y ya hace años que no lo veo, alguien me ha comentado que ha fallecido hace un año, pero, en cualquier caso, allí donde esté “que le vaya bonito”, sin más.

(La foto es de mi primera Comunión con D. Bernardo, yo soy el que está a su derecha. Los chicos estábamos subidos en una banqueta).
    
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LOS TRANSPORTES A LINARES.

Mariano Barragán Gómez.
Leyendo nuevamente la historia que nos refiere Juanjo sobre la vida y milagros de nuestra azarosa vida en Linares y desempolvando mis recuerdos, he caído en la cuenta de que casi todos vosotros  os desplazabais  a Linares en flamantes autobuses, grandes autobuses, como aparece en alguna foto,  en los que yo no tenía posibilidad de subir.
Recuerdo que sólo fui una vez a Salamanca, en autobús,  con motivo de una exposición de pintura que se hizo en Calatrava y  fui porque eligieron una pintura mía;  un gallo  más feo que el demonio de Tasmania, pero que, gracias a él me llevaron  con algunos de vosotros a disfrutar de un día en Salamanca, bueno, en Calatrava.
Aparte de esa ocasión en que cogí aquel autocar (creo que lo llamaban el Nazareno por su color tirando a morado), mis idas y venidas a Linares, desde mi pueblo, se realizaban cogiendo el tren en Puerto de Béjar hasta Guijuelo y allí tenía que tomar el único transporte que iba desde allí hasta Linares. Dicho transporte era una camioneta pequeña y vieja, la” Camioneta de Generoso”, que así se llamaba el conductor, que, a su vez, era también el cartero que hacía la ruta por aquellos pueblos.
En aquel transporte nos juntábamos los de aquella zona; Los de  Guijuelo; Miguel Ángel Calle Carabias, José Hernández Sánchez (Pepito), Florentino, Jesús Hernández, Valle, etc. Los de Salvatierra de Tormes; Eudosio Casero, José Manuel Agustín, Juan Bárez, los hermanos Blanco; Manuel y Juan Fran. Los de Campillo de Salvatierra, como un tal Ramón, etc.  Algunos otros de pueblos cercanos  y yo, que era el que vivía más al sur de toda la diócesis, pegando ya a Extremadura, junto con Ángel Gómez Hernández, de Colmenar de Montemayor. Cuando estábamos ya reunidos, además de otros pasajeros que iban a los pueblos de la ruta, teníamos que esperar al tren que venía de Astorga  a Salamanca e iba a Madrid, vía Plasencia, empalme en Cáceres, para recoger el correo. Acto seguido nos subíamos como podíamos  en aquella especie de ” diligencia” y, mezclados con maletas, bolsas, sacos, cestos y toda clase de enseres, elegíamos cada uno el sitio que podía para el trayecto. Yo nunca conseguí ir en la cabina, siempre fui en la caja o en la baca, hiciera el tiempo que hiciera.  

Recuerdo que la camioneta tenía un color verde sazonado como los camiones de la guerra de Corea, e iba traqueteando todo el camino, pisando todos los baches,  levantando una nube de polvo y parando en todos los pueblos: Fuenterroble de Salvatierra, Casafranca, Endrinal y Monleón hasta llegar a  Linares. Al final de nuestra estancia en Linares, el Sr. Generoso compró un furgón más grande y moderno, algo más confortable, de color azul y blanco, pero poco nos duró la alegría, porque nos fuimos a Salamanca y dejamos de viajar en la Camioneta de Generoso.
Nunca me había preguntado cómo iban a Linares el resto de los compañeros, pero me imagino que, quitando los de Salamanca, que lo tenían fácil, el resto tendría también sus más y sus menos para poder ir y venir a Linares. Pienso en los de la Sierra, en aquellos de las zonas más apartadas, como los Arribes y en los que vivían en pueblos tan pequeños y alejados que no tenían ni combinación, como mi pueblo. Seguro que muchos de nuestros hijos no pueden ni imaginarse un mundo sin coches, como el que nos tocó vivir en aquellos tiempos.
A ver si alguien se anima y nos cuenta cómo eran sus viajes desde su pueblo hasta Linares.

(La imagen es del castillo del pueblo de Mariano, Montemayor del Río).


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 ¿OS ACORDÁIS DE ESTO?

Fabián Hoyos Guinaldo.

Entonaba José Luis M. y le seguía Ángel, el amigo de Pillín, Revilla estaba al ojeo y a la espera de si alguien, a pesar de la hora, estaba dispuesto a “comulgar” y no con pan ázimo sino el preparado al momento como más de una vez me sucedió, aunque no en exclusiva, alternando los nudillos con la planta de la mano, muy bien en fin, porque había que variar el menú. Testigo de ceremonia Ángel Fdez. Situación: lado opuesto a la puerta de la sacristía.

Bueno, vamos a lo que íbamos:

 “Buenas noches Padre Dios/ que nos vamos a dormir/ ya los ojos se nos cierran/, no los podemos abrir.
Habrás oído a María/ que no hemos sido buenos/ es una pena de amor/ mañana te contaremos/
ahora tenemos sueño/ y no podemos rezar/ solo te decimos ¡Gracias!/ líbranos de todo mal.”

Por lo bajini algunos añadíamos “ y de Revilla Bernal”.

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AMIGOSSIEMPRE63”

Manoli Villanueva Lorenzo.

Los caminos más difíciles generalmente llegan a la cima. No existen atajos para  alcanzar el éxito, y esto es lo que vosotros  “amigossiempre63” habéis conseguido.
Subiendo peldaño a peldaño, vais a terminar floreciendo y dando buenos frutos allí donde fuisteis plantados (Linares de Riofrío), el lugar que fue motivo de encuentro de tantos compañeros especiales que no son fáciles de olvidar, de todos aquellos momentos que dejó el ayer, y de miles de recuerdos que nunca se irán y que a pesar del tiempo no podréis olvidar.  
Noto en vuestros comentarios que la nostalgia se apodera de vosotros con recuerdos bellos de tiempos gratos, o de páginas  que os gustaría quizás borrar para siempre. Aún en las adversidades, sabéis poner matices de serenidad, ¡qué tíos!

Vuestro pasado ya está escrito, y no podéis cambiarlo, y vuestro futuro, es de quien tiene esperanzas, y se marca metas. En este 50 aniversario, vuestra meta es conseguir reunir el mayor número de compañeros posible  de aquel curso del 63 y que acompañados de sus respectivas parejas, disfrutemos juntos  de unas buenas jornadas.
Todo lo que se consigue en la vida es a base de ilusión y, a varios de vosotros, os veo con tanta… (digo varios, porque a todos no los conozco todavía). Con esos varios, nos reunimos  frecuentemente,  y eso hace que compartamos ideas y sentimientos y nos unan lazos más estrechos. Me gustaría que nos vierais, a las mujeres, diciendo que todos en sus casas son parcos en palabras y sin embargo, en nuestros encuentros, sus conversaciones  se hacen demasiado cortas. Me encanta verlos así. Siempre terminamos diciendo  que debemos  repetir con más frecuencia estos encuentros. Se les ve  felices  y algo más comunicativos,  ¿o no, chicas? Y… es que la amistad duplica las alegrías y divide las angustias. Y…. y que no hay nada como  el cariño y las risas de nuestros amigos.

Y es por eso, que hoy escribo estas líneas, para agradecer a la vida  el que me haya dado grandes cosas, (una de ellas sois vosotros-as) y por supuesto a Seve, mi marido, pues sin él, nada hubiera sido igual.
Gracias por teneros y  por vuestro esfuerzo y tesón  en conseguir una tarea  un tanto complicada, ya que unos teléfono en mano, y otros puerta por puerta, habéis conseguido ya  gran parte de vuestros objetivos.


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QUÉ TIEMPOS AQUELLOS DE LINARES

Jose Luis Martín Rodríguez

Tenemos una vida llena de sorpresas y después de leer lo que cuenta nuestro compañero del colegio Vicente del Amo Hernández al que recuerdo perfectamente, creo que a todos los compañeros del curso 63/64 nos ha sucedido algo parecido, pero es así la vida y cada uno la hemos tenido que vivir y por lo tanto es importante saber recordarla y quererla con sus altibajos buenos y malos, quizá más buenos que malos.

Mis recuerdos de Linares son muchos, pero se me quedó reflejada una anécdota en mi memoria que os la voy a contar.
¿Recordáis al peluquero que teníamos? creo que era de Linares y venía a contarnos el pelo cuando lo llamaban, teníamos que apuntarnos en una lista y te daba cita para el día y la hora (creo que era así). A mí, recuerdo que un día de los muchos que nos cortó el pelo, me tocó por la tarde, me presenté y empezó a cortarme el pelo, pero en ese momento en el campo de balonvolea, mi equipo, los cocodrilos, disputaban un partido decisivo para ganar el campeonato; por lo visto se lesionó un compañero, no recuerdo quién y me necesitaban a mí. Fueron a buscarme a la peluquería y les dije que no podía ir; el peluquero dijo que había comenzado a cortarme el pelo y que no me dejaba ir a jugar. Al final entre unos y otros lo convencieron y accedió y yo con media cabeza rapada me fui a cubrir el puesto de mi compañero. No recuerdo si ganamos o no pero sí que recuerdo la pinta que tenía mi cabeza a medio rapar, todo había que hacerlo por el equipo los cocodrilos, eso nos lo enseñaron bien.

Aparte de que lo pasé muy bien y de la diversidad de actividades y anécdotas que viví, me marcó mucho el cantar con el coro. Don Revilla siempre me llamaba para cantar con él y preparar las canciones para la misa; lo hacíamos en la capilla nuestra, la de arriba, (lo digo porque había dos: la de abajo para los de tercero, cuarto y quinto y la de arriba para los de primero y segundo. Recuerdo que en el aula que había debajo de la torre donde estaban los futbolines, el coro de primero y segundo grabamos unas cintas de magnetófono (el magnetófono era de D, Marciano) con canciones para las iglesias de los pueblos. La canción que más me gustó fue “Como brotes de olivo“, que repetimos muchas veces hasta que salió bien, según Don Revilla. Después cuando me fui del Seminario estuve muchos años cantando en el coro de mi pueblo, Barbadillo, y me encontré con esa cinta de canciones.

Siempre he llevado en mi vida el recuerdo de Linares y, sobre todo, lo que me enseñaron en esos tres años me ha servido para tener una educación,  un comportamiento ejemplar y un sentido del deber cumplido para la profesión que decidí, la de las armas.


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MIS RECUERDOS DE LINARES.
Vicente del Amo Hernández.

Es más que probable que pocos o ninguno de los compañeros del curso 63/64 se acuerde de mí, y si bien en las listas del curso aparezco solamente en primero, lo cierto es que estuve también hasta la primavera del año 64/65, eso sí, repitiendo curso.
Como estuve poco tiempo en Linares de Riofrío y pasé como alumno muy poco aplicado por varios colegios religiosos, mezclo y confundo nombres y recuerdos; pero algunos relacionados con el seminario han quedado indelebles en mi memoria.

 Mi vocación sacerdotal, así como mi participación en el cursillo del verano del 63 estaba programada desde hacía muchos años antes. Mi padre, un buen hombre, católico a machamartillo ya había enviado en los años cincuenta a mi hermano Daniel al seminario de Calatrava. Todas las noches tras las oraciones, debíamos expresar en voz alta nuestra  futura vocación de destino, en el que solamente existían dos opciones: los varones solo podíamos ser “buenos curitas” y las niñas “buenas monjitas”. De nada sirvió que repetidamente le expresara mi deseo de ser un “buen torero” o como alternativa ser un “buen futbolista”; al igual que tampoco le sirvió de nada a una de mis hermanas la opción “buena monjita titiritera”. Así pues mi destino estaba sellado.

Cuando aparecí en el cursillo de verano del 63 junto a otro montón de niños de mi edad, me pareció estupendo y no entendía por qué lloraban unos cuantos, pero supuse que eran unos mimados y nunca se habían desprendido de las faldas de su mamá y no conocían mundo; yo en cambio ya había ido varias veces de Salamanca a Lumbrales, que es el pueblo de mi familia; e incluso había pasado un par de semanas con mis abuelos, pero sin mis padres.
Pronto hice amistad con un niño enclenque que se llamaba Juanes, que tenía algunas dificultades en la dicción y me caía bien, también recuerdo a un tal Barragán, que era muy gracioso y desinhibido y del que todavía recuerdo el chiste de San Rafael y las gitanas. En el grupo había otro chaval llamado Ángel, que venía de Plasencia y que era sobrino del rector del seminario mayor, D. Ángel. Un día del cursillo había un círculo de niños y en medio estaba el tal Ángel zurrando a mi reciente amigo Juanes, así que me metí en medio para evitar que le siguiera pegando. Como no le pareció bien al agresor mi intento de parar el abuso, cogió un pedrusco y me lo lanzó a la cabeza, me agaché, no me dio, y como creí verme en peligro inminente de muerte le sacudí ciego de ira y miedo. El resultado es que acabé en el despacho de D. Ángel explicando el asunto, con el sobrino fugado al monte y que reapareció llorando después de comer en el salón de actos; yo muerto de miedo ante la posible venganza de aquel potrillo airado. Pero no pasó nada, y aquí paz y allá gloria.

El curso de verdad comenzó en octubre, comenzamos los 63 las clases y comenzó mi calvario de mal estudiante. Lo de las misas era un tostón insufrible, pero ya lo conocía de los Maristas y lograba abstraerme y distraerme tanto, que descubrí que si miraba al cura que decía misa sin pestañear ni cerrar los ojos durante un buen rato, y además bizqueaba levemente, podía verles la corona como a los santos.
Otro recuerdo de aquel año y pico que pasé allí, era el hambre perpetuo que tenía siempre, también recuerdo que en el pasillo a veces olía de maravilla, pero era la comida de los curas, porque a nosotros nos tocaba lo de siempre; y sin embargo me comía todo lo que ponían a la mesa y lo que no querían otros compañeros, como el queso americano que con frecuencia se quedaba intacto en la mesa y que yo me llevaba al pupitre para comérmelo en clase.

Un día a la semana, creo que eran los sábados, llegaba la furgoneta con la fardela de ropa limpia junto con una carta y de vez en cuando algún extra. En una ocasión me enviaron un cuarto de kilo de pipas y al día siguiente había desaparecido de mi armario, así que en el recreo decidí investigar y viendo a varios compañeros comiendo pipas les pregunté por su procedencia, y todos dijeron que se las había dado Tejedor, que era vecino de cama en el dormitorio. Hablé con él y le dije que se lo iba a contar al rector, pero como se asustó mucho, y tampoco me parecía bien delatarle y menos todavía quedarme impunemente sin pipas; así que llegamos a un acuerdo: él me compraba una navajita y yo no lo denunciaba. Aprovecho estas líneas para pedirle perdón por la extorsión y comentarle que le he perdonado el hurto, pero no olvidado.

El curso marchaba como siempre mal, salvo el fútbol, las excursiones, la rondalla y las películas, pero el resto iba tomando mal cariz, mis notas nunca llegaban al cinco, salvo en gimnasia y música que sacaba 25.
Teníamos un profesor de música bastante nervioso, que podía llegar cantando a notas muy altas, creo que se llamaba D. Francisco, que prometió darme clases de piano gratuitas si sacaba tres trimestres seguidos 25 en solfeo, así lo hice, pero cuando se lo reclamé al curso siguiente se hizo el despistado, no me dio las añoradas clases, y desapareció de mi horizonte otra futura profesión: concertista de piano. Bueno, tampoco le guardo rencor, al fin y al cabo me salvó la vida en el Alagón el cursillo del verano del 64, cuando después de preguntar a los compañeros que se estaban tirando al agua desde una pequeña roca, si cubría mucho allí y me respondieron que no mucho. Cuando me tiré al agua el horizonte desapareció de mi vista porque me hundía como una piedra por no saber nadar. Alguien debió de dar la voz de alarma, porque antes de darme cuenta de nada, D. Francisco me estaba sacando del agua y zurrando simultáneamente; cosa que entendía en parte, porque había oído que cuando alguien se está ahogando hay que evitar que se agarre al salvador y que en caso de necesidad había que acercarse por la espalda y golpearle fuertemente y sacarlo del agua; pero es que el agua me llegaba hasta los tobillos y él seguía literalmente “dale que te pego”.

El curso 64-65 comenzó y ya me había desfasado de los de mi promoción aunque seguía teniendo contactos. Un día de finales de octubre aparecieron unas piezas onduladas de hierro delante de la cochera, y nos pusimos algunos a elucubrar sobre su utilidad; a mí me dio por hacer levantamiento de pesas con una de ellas y cuando la tiré al suelo desde lo alto de mi cabeza, vi con asombro y terror que el hierro se partió en dos. Se trataba de unas piezas de hierro colado, que es muy frágil, destinadas a la caldera de la calefacción y agua caliente. El resultado fue una bronca pública en la que creo que no se dijo mi nombre y 15 o 20 días sin calefacción ni agua caliente en las duchas cuando ya había empezado el frio.
A principios de enero empecé a toser con frecuencia, y empezaron a salirme diviesos y pústulas por las piernas y brazos, se los enseñé a D. Paco que dijo que aquello era de no lavarme, y me recetó jabón de glicerina que olía muy bien pero no remediaba nada. Llegué a contar cerca de 100 erupciones y heridas en el cuerpo. Un día estaba con J. M. Agustín que se interesaba mucho por el pus de mis diviesos, y me animó a reventar uno de ellos. No recuerdo si fue él o yo, pero lo cierto es que el pus acabó en su cara y allí acabó el experimento.

Como aquello iba de mal en peor y no me hacían caso, metí una nota en los bolsillos del guardapolvos diciéndoles a mis padres que estaba muy mal y que vinieran a verme. Aquello no lo escribí en la carta que acompañaba a la fardela, porque había censura. Mi padre vino a verme, se quedó horrorizado de mi estado, y volví ese mismo día con él a Salamanca para no regresar nunca más a Linares de Riofrío. Al día siguiente de mi vuelta a casa me llevaron al médico, que detectó una infección en los pulmones, amén de lo visible en piernas y brazos, y me recetó una montaña de inyecciones de antibióticos que hicieron que desaparecieran todas las infecciones en poco tiempo.

Uno de los últimos recuerdos de aquel curso antes de irme definitivamente a Salamanca, fue la impermeabilización de las paredes exteriores del seminario con chapas planas de Uralita, pues estaba construido con malos materiales, las paredes se calaban con la lluvia, y por eso decidieron forrarlo. Yo me dediqué a recoger todos los recortes sobrantes del plomo empleado endicha operación, a llevarlo en los bolsillos del guardapolvos o de los pantalones y de paso a meterme en la boca alguna tirita y hundir las muelas en ella. Siendo ya un adulto y pensando en aquel suceso, caí en la cuenta que me había estado intoxicando yo solo con el plomo; porque aparte de la intervención del médico, se sumó la del chatarrero del barrio que me compró a 2 ptas. el kilo, el plomo que había acarreado desde Linares de Riofrío a Salamanca. En total gané 26 ptas. por los trece kilos de veneno que casi me matan.

Y DESPUÉS...
Continué con mi calvario de mal estudiante, mi padre me matriculó en los Salesianos donde seguí suspendiendo, hasta que al curso siguiente me matriculó en el instituto Fray Luís de León de Salamanca. El cambio fue importante, no es que mejorara mucho mi rendimiento escolar, que algo mejoró, pero el ambiente laico me hizo sentir mucho mejor.
Paralelamente al instituto mi padre me matriculó por la tarde en la escuela de San Eloy, para que aprendiera dibujo lineal y no tuviera tiempo libre para golfear, que era lo que más temía de mí, dado mi currículum. Afortunadamente el dibujo geométrico me fascinó, ayudó a ordenar un poco mi caótico cerebro, y me dio la seguridad de que en algo no era un perfecto inútil. Después hice F.P en delineación con brillantez, para posteriormente comenzar estudios de aparejador, donde volví a fracasar como en los viejos tiempos, y el cielo volvió a oscurecerse para mí, una vez más.

Desesperado en Granada donde vivía en ese momento, y mientras iba perdiendo el curso, me dediqué a mi afición fotográfica que también me servía para ganar algún dinero.
 La fortuna hizo que alguna de mis fotografías fueron vistas por una vieja pintora alemana que insistió en conocerme para decirme que yo debía dedicarme a la fotografía, y que en Alemania estaba la mejor escuela de Europa en ese momento. Como no tenía nada que perder, me fui a la aventura sin dinero ni idioma, de emigrante ilegal, y tras muchas peripecias conseguí el dinero, el idioma y el ingreso en aquel famoso centro. Finalicé los estudios superiores en fotografía con una media de sobresaliente. Volví a Granada donde  comencé como profesor en la escuela de Artes y Oficios y posteriormente pasé a la facultad de Bellas Artes. En paralelo he desarrollado una vida profesional como fotógrafo documentalista. 
Y así hasta hoy...



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LA CASA DE LOS ALEMANES.

Feliciano González García.

Recuerdo “la casa de los alemanes”. ¿Qué era realmente la casa de los alemanes? Me lo he preguntado después muchas veces… (¿Quizá el refugio de una familia nazi que se ocultó allí tras la guerra?). Era una casa de construcción nueva, aislada en mitad de la sierra, a medio camino entre las Peñas del agua y el pueblo. Estaba abandonada, pero asomándose por la ventana de veían muebles y enseres perfectamente ordenados, como si los inquilinos  acabaran de marcharse. Había muchos libros y también humedad, silencio y misterio. Se podían fabular historias extraordinarias…

En Linares llovía mucho (o así lo recuerdo yo) y cuando llovía no se podía salir a la calle, y estábamos más alborotados de lo normal, y se iba la luz, y hacíamos mucho el gamberro... Una tarde de jueves lluviosa, de aquellas en las que estaba “prohibido” salir al patio y las pasábamos “obligatoriamente” en los futbolines de la torre sur  (todo siempre estaba prohibido o era obligatorio, no había resquicio para la iniciativa personal). Bueno, decía que como eran ya muchos días lloviendo, una tarde de jueves Don Martín nos propuso, a otros dos y  mí (no recuerdo quiénes eran los otros dos), salir a la calle y subir hasta las Peñas del agua ¡lloviendo!. Al llegar a la casa de los alemanes nos acercamos, nos asomamos por la ventana y, por iniciativa de D. Martín, forzamos una ventana y nos metimos dentro. Estuvimos muy poco tiempo: revisamos libros, registramos cosas y nos marchamos. Regresamos al seminario totalmente empapados y felices: ir a cambiaros al dormitorio y no lo contéis a nadie, nos dijo D. Martín.

¡Este es un gran recuerdo! Se condensaron en un rato todas las transgresiones posibles en aquel lugar de normas, prohibiciones y obligaciones infinitas: salir a la calle lloviendo, abandonar el recinto del seminario sin permiso, forzar una casa, ir a los dormitorios fuera de hora… todo sin que nadie se enterase y con la complicidad activa de un cura. Sin sentimiento de culpa, sin tener que confesarse siquiera… ¡Imposible pedir más!



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LA PASTA POLÍGRAFO.
Juan José Rodríguez Herrero.

¿Y antes de las fotocopias, qué?
Cuando entraste en Linares no había fotocopiadora (y si no se hubiera inventado tendrías menos tochos de folios sin leer que guardas sin saber para qué), pero sí existían las copias.

Eran de tres tipos.
Unas copias se hacían con la “vietnamita”, (cliché, rodillo y tinta); otras con la “churrera” (cliché y manivela). Ambas eran caras porque el cliché era caro, había que “picarlo” a máquina y si te equivocabas había que darle con el corrector rojo. La “vietnamita” era muy guarra y te ponías las manos asquerosas, y no había guantes. La “churrera” estropeaba muchos folios, y era tiempo de miseria. Por eso lo más utilizado era la pasta polígrafo, de la que salían las folias o las cuartillas escritas en un atrayente color malva.

La pasta polígrafo era como más personal, y cada cura tenía su bandeja propia. ¿Cómo se hacía la pasta polígrafo?

Fórmula:
            Agua (mejor caliente)        500 gramos
            Azúcar (mejor cande)         500 gramos
            Gelatina                            190 gramos, o más si no se solidifica
            Glicerina                          1000 gramos.

Preparación:
            En una vasija “al baño maría” en la cual se han puesto los 500 gramos de agua se echa el azúcar, y una vez disuelta el azúcar se echa la gelatina.
            Cuando todo lo anterior esté en un perfecto fluido, se añade la glicerina, y se deja unos minutos más en el “baño maría”.
            A continuación el caldo se vierte en una caja de lata dispuesta para ello, y se deja solidificar. Una vez solidificada se halla en condiciones de ser empleada.

Tanto la “vietnamita” como la “churrera” se guardaban en el cuarto desde el que se ponía la música, y allí, junto a varias latas para hacer la pasta polígrafo, había copias de cómo hacer y utilizar la “pasta polígrafo”. Una se vino conmigo y la he encontrado.
PD/.- Ya no hay máquinas de escribir con cinta “hectográfica” –ni máquinas de escribir--, pero también te podemos pasar la fórmula para hacer la tinta y cómo usar la pasta si tienes el capricho.  Y no terminamos de ver claro si la pasta polígrafo era señal de miseria o era muestra de inventiva.



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MI DIVERTIDA CONFIRMACIÓN.          
Mariano Barragán Gómez.

Ya no recuerdo qué año fue, pero los cronistas del evento seguro que sí lo saben. Fue el año en que nos confirmamos, cuando recibimos el sagrado sacramento de la Confirmación. No recuerdo ni qué obispo fue, creo que D. Mauro, que nos dedicó uno de los primeros actos religiosos importantes de su apostolado en la diócesis.

Y si para él era uno de los actos importantes como obispo, para mí fue uno de los momentos más inolvidables de mi efímera existencia.

El escenario elegido era la capilla de los mayores, en el seminario de Linares, claro. Antes de comenzar la ceremonia fuimos convocados a la capilla para preparar el acto, el ilustre “armonionista” Miguel Angel Calle Carabias, Carabias por entonces, y el que suscribe, como “entonador” de cánticos religiosos, a quien todos distinguían por mi apellido, Barragán.

Después de una breve sesión de calentamiento, la programación del evento estaba más o menos controlada. Entonces, ante la inminencia del acto, me comunicaron que yo sería el primer confirmado para no tener que cortar la ceremonia una vez empezada. Y, dicho y hecho. Entra todo el mundo en la capilla, se hace un silencio sepulcral y accede al altar su ilustrísima el Sr. Obispo, sentándose en el sillón que le habían preparado para el efecto.

Pero, hete aquí, que alguien no había hecho bien los deberes y no se había calculado bien la distancia que había entre el fiel postulante del sacramento, que ponía su rodillas dobladas en un cojín tirando a rojo con bordes de hilos de oro, y el alcance de la mano sacra que te atizaba en el rostro para consumar el sacramento.

A una indicación del maestro de ceremonias, me clavé de hinojos sobre el mullido cojín cerca del borde de la tarima de madera que cubría gran parte de la zona del altar, (como todos recordarán) pero quedé bastante lejos del prelado, con lo cual estábamos muy separados. El maestro de ceremonias me hizo señas para que me adelantara hasta el Sr. Obispo, los tres o cuatro metros que nos separaban, y yo, ni corto ni perezoso empecé a arrastrarme de rodillas con el cojín en su sitio y con unos movimientos de cadera ajustados que era maravilla ver aquel movimiento. Pero no llegaba nunca y encima se me ocurre mirar para el organista, Carabias, que al ver mi azoramiento le dió  por escojonarse. Yo al verlo muerto de risa intentando disimular aquella alegría contagiosa, fui presa del nervio y empecé a generar otra risa interna, de esa reprimida, que si puedes, que si no puedes pararla y que al final se resume en unos sonidos guturales obligados… e interminables. Hasta el maestreceremonias se reía. Al  final llegué a mi destino, fui felizmente confirmado y apadrinado por el Sr. José, el compañero de Florindo.

Me levanté, me puse junto al armonio, y con las indicaciones de Carabias comencé mi tarea de entonar hasta que se confirmaron todos.

Y así, más o menos, he recordado durante muchos años el momento de mi  divertida Confirmación.




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Dice Fabi que si os acordáis de D. Jesús, aquel cura alto, con gafas, cargado de hombros… Pues ese era el que decía: “Hoy tomaremos dos horinas de estudio y un cuarto de horaza de recreo”.

Y también pregunta si os acordáis de aquello que se cantaba: “Antes comíamos lentejas los domingos “pa” cenar (bis) y ahora ya comemos pipos, y ahora ya comemos pipos, hasta “pa” desayunar”. ¡¡¡Tiempos aquellos!!!


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IN MEMORIAM.

Durante estos días que hemos estado recogiendo documentación para elaborar el blog, nos hemos encontrado con listas y fotos en las que aparecen compañeros, de los que no sabemos por dónde andan, qué habrá sido de su vida... Y de algunos que sí sabemos que ya no están con nosotros, que han fallecido -incluso alguno hace bastante tiempo-. 


En este momento, que nos disponemos a publicar el blog, queremos tener un recuerdo para ellos y un fuerte abrazo para sus familiares. Igual que nosotros, ellos también son protagonistas de esa historia que compartimos durante unos cuantos años y, por lo tanto queremos que también, de alguna manera, estén presentes en las actividades que llevemos a cabo durante este 50 aniversario.




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