A MODO DE CRÓNICA
Día
16 de Marzo de 2013.
La
mañana se presenta amenazante –“cerrada en agua” que se dice- a pesar de lo
cual acudimos puntualmente al lugar de reunión. A las nueve y cuarto (plus
minusve) primeros encuentros, primeros saludos, paraguas abiertos… ¿Tú eres…?
Algunas caras que no veíamos hace tiempo: Feliciano el de Chamberí, Jesús el de
Guijuelo, Benjamín Ejido, Celso Rojo, Constante… Sorpresas y alegría para
empezar. Y unos churros calentitos. Enseguida se hace la distribución de coches
y personas y salimos camino de Linares, no sin temor de que el tiempo –no
dejaba de llover- frustrara nuestros propósitos.
Hacia
las diez y media, Linares, café en el bar de la plaza, últimos preparativos y a
la “pista”, aunque aún ‘pintineaba’, camino de la Honfría. No sería la primera
vez que nos empapábamos por aquellos andurriales. La pista forestal de tierra,
mojada y siempre picando hacia arriba, hacía más costosa la marcha. A los
lados, las nubes se movían muy bajas y apenas nos dejaban entrever las cumbres
y laderas blanqueadas aún con una fina capa de la nieve caída durante la noche
y de madrugada.
Al
poco de salir pudimos ver hasta tres de los antiguos hornos de la cal,
actividad que dio nombre a una pequeña comarca de este entorno, la
Calería. Uno de estos hornos ha sido
limpiado y se acompaña de cartel explicativo. Parada y lección ‘magistral’ de
Juanjo Bueno acerca de cómo desde aquí se acarreaba la cal hasta los pueblos
cercanos y se usaba como mortero para consolidar paredes de casas y edificios,
con o sin color.
Siempre
‘mirando’ hacia arriba, seguimos caminando. Por momentos con la sensación de
que nuestros cronómetros iban más lentos que los de Julián y Adolfo en su
marcha previa de planificación. Hasta que por fin la Honfría. Algunas espaldas
y algunas piernas acusaban las últimas cuestas. Allí el agua limpia y
fresquísima. ¡Lástima de sed! Unas fotos para la posteridad con el verdor de la
hierba y los acebos aún levemente blanqueados por la nieve. Aunque sigue
nublado, ya no llueve y las nubes se han despegado de la tierra.
Y rápidamente por el atajo, hasta el Hueco entre la sierra Grande y la sierra Chica. Paisaje impresionante por la amplitud de la planicie hacia el norte, paisaje impresionante de sierras hacia el sur. Aquí y allá el color rojo de los pueblos entre los se puede reconocer a Miranda del Castañar por la torre de su fortificación. Pero poco tiempo dedicamos a la contemplación. Apenas lo imprescindible para las fotos de rigor y para que Adolfo inmortalizara el momento en nuestras memorias abriendo una botella de champán y regando a la concurrencia. Eolo se volvió contra él y frustró sus intenciones malignas. El viento frío y cortante que barría la cumbre nos llevó al abrigo de la ladera, pausa en la marcha. Unas pastas, unos frutos secos, un té calentito y algún licor para reparar fuerzas.
Volvemos
al camino principal, ahora ya llano o cuesta abajo pero más embarrado, que nos
llevará a las Peñas del Agua y hasta la fuente el Cántaro, penúltima estación
de nuestro recorrido. En este punto, algunos –algunas, más bien- decidieron
hacer uso de los coches-escoba previstos para el caso. El frío, la humedad, la
destemplanza o el cansancio iban haciendo mella en los cuerpos.
En
las Peñas del Agua, nuevo alto, breve. Enrasadas casi con el camino por el sur,
presentan hacia el lado opuesto enorme desnivel que permite contemplar una
amplia llanura hasta la lejana línea del horizonte. Dentro de ella se pueden
distinguir, más o menos lejanos, los caseríos de distintos pueblos pero, de
modo especial y casi a vista de pájaro, el núcleo urbano de Linares de Riofrío en cuya orilla derecha destaca el
enorme edificio gris, con sus cuatro torretas, coronado en negro, del que fuera
el Seminario en el que vinimos a dar con nuestros huesos hace 50 años.
Algunos
pronto se encaramaron a las rocas, no sin extremar la prudencia y tanteando el
terreno –como dicen que hacen el amor los erizos- debido a lo resbaladizo de la
superficie mojada. En otros tiempos lo hacíamos sin más pensar. Pero la
magnífica vista que desde allí se obtiene merecía la pena. Los que no se
atrevieron o no quisieron subir, buscaron rendija entre las piedras o entre los
pinos por donde atisbar.
De
aquí en adelante, cuesta abajo hasta la fuente el Cántaro. Empezaba a llover de
nuevo, mano al paraguas y a los chubasqueros. El cántaro de la fuente ahora es
de metal, desagua por un tubo de PVC y arroja el chorro sobre una caja vacía de
cervezas San Miguel colocada bocabajo. ¡Oh tempora…! Amén de las consabidas
fotos, hubiera sido de precepto un buen trago de agua pero no acompañaba el
tiempo.
Y
desde aquí a Linares, en los coches que habíamos dejado por la mañana porque el
crono se echaba encima para cumplir con el horario previsto. No obstante,
algunos rompieron la disciplina –Seve y Jesús- y se fueron andando y otros como
Feliciano, Juan J. Bueno… se quedaron con las ganas, más que nada por si el no
completar debidamente el recorrido les privaba de ganar el “Jubileo“ .
A
las tres, sanos y salvos y con apetito, a reparar fuerzas en el “España”. Aquí
se sumaron Fernando A. Gª. Calama y señora. Opípara comida, por cierto, a fe
mía, que solían decir los clásicos. Sin llegar a pantagruélica. Y reposada.
Tiempo para los recuerdos y las anécdotas. Y como en estos casos es necesario hacer
recuento, ello nos sirvió para dejar constancia de los 19 hombres –entre estos,
Javier, el hijo mayor de Carmen y Graciliano Morán, que nos acompañó- y 10
mujeres que nos hallamos en la ocasión. (Que cada uno intente ajustar caras y
nombres en las fotografías.) Aunque de alguna forma, otros muchos nombres
estuvieron también presentes hoy.
Y
después de comer, visita al Seminario, sólo por fuera. La zona entre el
edificio y la carretera, poblada de chalets. En el lado opuesto, convertido en
un erial, aún pueden identificarse los antiguos campos de Primero, de Balonmano
y de Segundo. Para estas horas allí soplaba un aire helador que llevó a más de
uno al café “Europa” de la plaza del pueblo, donde finalmente vinimos a
reunirnos todos.
Y
a eso de las siete de la tarde, ya no importaba que siguiera lloviendo, fueron
las despedidas. Con las sensaciones, emociones y recuerdos que el día nos había
ido cargando en la mochila, ‘cada mochuelo a su olivo’.
Besos y apretones de
manos con la certeza de volver a vernos pronto y en número creciente.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------